A los riesgos que padecen los ancianos, diabéticos, hipertensos y asmáticos, habrá que sumar los sociales, acaso determinantes en este caso. Se ha hablado bastante de los heroicos trabajadores de la salud, de quienes prestan servicios esenciales para la marcha de la sociedad como los empleados públicos de seguridad y de limpia; se ha festejado la refuncionalización de taxistas en el peligroso trabajo de repartidores, pero la mayoría de los invisibles siguen en la penumbra. Ayer, por ejemplo, Humberto Ríos Navarrete consignaba en MILENIO el caso de las trabajadoras sexuales de Tlalpan, La Merced y Puente de Alvarado, algunas ancianas, otras muy enfermas, todas sin acceso a la seguridad social y casi todas sin dinero por la falta de afluencia de clientes desde hace más de una semana. Más de mil de ellas acudieron a recibir despensas que distribuyó la Brigada Callejera de Apoyo a la mujer, un pequeño alivio para su desamparo. Se trata, probablemente, de cientos de miles de mujeres y sus familias en el país que están viviendo en la zozobra más absoluta. Tienen que seguir trabajando y su ingreso ha disminuido radicalmente, lo que las coloca en doble riesgo.
Hay, desde luego, más sectores en esa dificultad: hoy es el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, uno de los sectores más vulnerables, que cobran por jornada y que en su mayoría carecen de seguridad social (el programa piloto del IMSS ha ido lento, por varias causas, como lo poco intuitivo de la plataforma de inscripción, pero sobre todo por la negligencia de patrones y el temor de las trabajadoras de exigir el acceso a sus derechos). ¿Cuántas personas habrán tomado la decisión de pagarles por adelantado el dinero de la jornada nacional de sana distancia y pedirles que se resguardaran en sus casas? Esas trabajadoras son más de dos millones. La cuenta de la informalidad puede seguir, empezando por lo que sufren ya los comerciantes ambulantes, pero el riesgo no acaba en ese universo.
En la formalidad sucede también, pero tapándole el ojo al macho. Pongo el ejemplo que tengo más a la mano: la empresa es Grupo Modelo, que con gran espíritu cívico se comprometió a donar más de un cuarto de millón de botellas de gel antibacterial al IMSS con alcohol extraído de la elaboración de su cerveza. Sin embargo, todas sus áreas siguen trabajando hasta este domingo, excepto los administrativos que llevan semanas haciendo home office. Los demás –supervisores, preventas y ventas, desarrolladores de negocios, los repartidores, las fábricas— siguen trabajando como si nada pasara. Al personal de calle se le pide, por ejemplo, que no esté mucho en la oficina ni coincidan más de tres en ella (se vería feo ir contra Susana Distancia), pero se les manda a trabajar a lugares concurridos pertrechados con un cubreboca desechable. Repito lo obvio: por la escasa cobertura de la seguridad social, la enfermedad del nuevo coronavirus se vivirá en México también como un problema de clase –y habría que generar un plan de asistencia y de distribución de víveres en cada entidad federativa, como ha hecho ya el gobierno de la ciudad con algunas de las poblaciones vulnerables.