Librerías Gandhi discrimina; lo hace cuando menos en su sucursal de Torreón. Luis, mi hijo, tiene siete meses. No usa cubrebocas, sencillamente porque no los fabrican para bebés tan pequeños, y suele acompañarme así a casi todos lados. Nunca en un centro comercial, un aeropuerto, avión o restaurante, me lo han requerido para permitir su acceso. No lo han hecho, entre otras cosas, porque está prohibido. Los niños menores de dos años no deben usar cubrebocas por el alto riesgo de asfixia y, en ningún caso —según la Organización Mundial de la Salud y Unicef— debe obligarse a los menores de seis años a utilizarlos. Exigir a los menores utilizarlo o condicionar su acceso a cualquier lugar a su portación constituye un acto de discriminación a la infancia.
En el caso de Gandhi es así y un poco peor, porque me ofrecieron la alternativa estúpida de cubrir al niño por completo, la cabeza incluida, para que no propague el covid. De lo contrario, me dijeron, debía abandonar el local. Sucedió el día de ayer a la una de la tarde. Sonando tan tonta la regla, siendo abiertamente contraria a las previsiones sanitarias legales, pedí al empleado que me lo pidió, quien se portó amablemente, que convocara al gerente de la tienda para explicarle que esa norma suya discrimina a la niñez o, para que en su caso, me corriera personalmente y asumiera esa responsabilidad. El gerente no estaba, quizá por ser domingo, por lo que se convocó al responsable de la tienda que dijo llamarse Eric Sánchez, quien asumió la decisión de echarnos del sitio. Me dijo, de nuevo, que el bebé tenía que portar cubrebocas o, en su defecto, que tenía que cubrir toda su cabeza con una cobija o manta. Y estaba tan seguro de estar actuando correctamente que no dudó en acompañarme a la salida, en una actitud francamente agresiva, intentando arrebatarme el celular con el que pretendía documentar su invocación a la dichosa regla, incluso empujándonos (junto con otra persona de nombre Norma Sánchez) para que termináramos de salir del local, mientras nos decían que iban a demandarnos por “uso indebido de la imagen” y “grabar en propiedad privada”. La empresa puede verificarlo en sus grabaciones.
A su corta edad, es la segunda vez que Luis sufre discriminación (o la sufro yo por portación de bebé). La primera de ellas sucedió en un hotel de Cabo San Lucas, donde es infrecuente que duerman mexicanos y mucho más infrecuente que lo hagan niños. No podrían hacer válida mi reservación y pago porque llevaba un bebé. La encargada llamó por teléfono a la dueña, quien amablemente me explicó que los niños incomodan a los turistas gringos que –oh gracias– nos dan de comer en nuestras playas. Los niños lloran, gritan, existen: incomodan. Me pidió comprender. Discutí por teléfono con ella, reconsideró y por ello no hago público su nombre ni el de su negocio. Por ello y porque es muy poco probable que vuelva pronto allí. El caso de La Laguna es para mí bastante distinto. Tengo aquí asentada una buena parte de mi vida. Mi hijo nació aquí y pasamos aquí bastante tiempo. Aunque, como toda la comunidad cultural lagunera sabe, la mejor librería de la región es El Astillero, iba a Gandhi porque me queda cerca, abre los domingos, y andar el camino a El Astillero implica lidiar con el desordenado tránsito del centro de la ciudad, con un sistema de parquímetros ruinoso y abusivo. Padeceré, ni modo, pero también me padecerán.