El día de ayer las y los militantes de Morena atestiguamos el retrato perfecto de una anquilosada burocracia partidista. El llamado del Comité Ejecutivo Nacional era claro, se convocaba, por medio de los canales oficiales, a una Asamblea Nacional Informativa acerca de la convocatoria emitida por el INE. Uno esperaría que fuesen los miembros del Comité Ejecutivo quienes presentarían una propuesta alternativa a dicha convocatoria; sin embargo, lo que tuvimos fue la participación de compañeras y compañeros que, por respetables que sean, no forman parte del Comité e incluso ni siquiera están afiliados al partido mismo.
Primero tomó la palabra Ramírez Cuellar, quien, con un aire de seriedad y solemnidad, afirmaba que actuarían con total imparcialidad a la par que amplificaba la voz de Pedro Salmerón, personaje cuya única función ha sido la de insultarme, calumniarme y atacar a mi familia en los últimos días, presumiendo nexos imaginarios que le darían vergüenza a cualquier historiador o científico social serio.
También estuvo presente Martí Batres, quien es senador, pero no miembro del Comité Ejecutivo, al igual que la senadora Citlalli Hernández y el diputado Porfirio Muñoz Ledo, quienes tampoco lo son.
Conforme pasaban los minutos resultaba claro que el espacio oficial del partido —que se supone es de millones de personas— fue utilizado para presentar al mismo tiempo, y como si fuera lo mismo, una postura partidista y una postura de facción, anunciando además una dupla con un candidato a la presidencia de Morena, Porfirio Muñoz Ledo, y una candidata a la secretaría general que sería Citlalli Hernández.
El discurso de la pureza militante ha envuelto las prácticas más primitivas de la política, el patrimonialismo para empezar. Reivindican su legitimidad, una supuesta pureza lopezobradorista, para hacer con el partido lo que quieran, así sea utilizar canales que no les pertenecen, como si fueran el único grupo legítimo. O invitar a gente, como el historiador citado, con un claro sesgo en contra y a favor de candidaturas que encontraron su promoción ahí.
Además de eso, han traicionado su discurso de meses: para ellos la elección de dirigente era un asunto de militantes credencializados, ahora, como no tienen oportunidad de ganar, han recurrido a gente no afiliada, como Porfirio, y han anunciado que utilizarán la Comisión de Honestidad y Justicia —previa confesión de Díaz Polanco que hizo mal en apoyar a Muñoz Ledo vía Twitter— para reconocerle una militancia que no tiene. El asunto aquí es que desde la burocracia partidista optaron por un personaje que afirmó que Morena estaba tomando actitudes semejantes o peores a las que tenía el PRI.
Es el retrato de una facción partidista que reivindica el discurso de un camino nuevo, diferente a los demás partidos, a la par que propone a un señor que no solo ha sido parte del equipo del ex presidente Vicente Fox, sino que también ha sido presidente del PRI y del PRD (cuánto cinismo hay en la burla de Porfirio de que, con ese historial, ganaría un récord Guinness). La apuesta oficial por Muñoz Ledo es muestra de la decadencia del aparato, es el retrato mismo de que la supuesta lucha épica por la pureza de un movimiento es apenas una vergonzante fiesta de facciones.