Según dijo el lunes pasado el Presidente de la República, las encuestas son el mejor y más democrático método para que un partido elija a sus candidatos. Recomendó, asimismo, que lo adopten todos. Es extraño que lo diga. Si las encuestas fueran un artefacto democrático, tendrían razón sus opositores que piden tomar como sustituto de la consulta de revocación de mandato cualquier encuesta de popularidad y así ahorrar al país algunos miles de millones de pesos. No la tienen.
Una encuesta no se trata nunca de generar vías para construir mandatos y voluntades colectivas; una encuesta da por sentado que la voluntad general existe allá fuera, esperando ser consultada y medida. En procesos de encuestas definitorias para las candidaturas de Morena, por ejemplo, la antipolítica es más radical, pues ni siquiera están previstas precampañas que puedan posicionar a aspirantes o programas políticos frente al público que deberá revelar sus preferencias mediante el instrumento –o sea que las preferencias se presumen inmutables. Las encuestas no necesitan de construir al pueblo como sujeto de la democracia, miden las preferencias de un público pasivo.
La encuesta como método definitorio de mandatos o candidaturas es también enaltecimiento de la antipolítica porque disuelve la responsabilidad de decidir. A diferencia de la elección democrática, que tiene una regla muy clara (gana el que obtenga más votos en las urnas y el responsable de decidirlo así es cada ciudadano que tacha una boleta), en las encuestas no hay regla universal de interpretación de la que derive un mandato. Se necesita siempre un mediador que diseñe el ejercicio, recopile e interprete los datos a la luz de un objetivo ulterior que debe también definirse con antelación. En la empresa privada, las encuestas alimentan decisiones gerenciales, pero son los gerentes los responsables ante los consejos de administración. Si en un partido político se tratara de lo mismo, el método decisorio debería llamarse de designación directa informada por encuestas, pues el poder lo tiene no quien responde un cuestionario, sino quien lo diseña, hace el levantamiento e interpreta los datos, que para fines políticos pueden tener dobles o triples lecturas según las circunstancias. Según qué circunstancia, puede ser preferible un candidato muy conocido o uno menos conocido pero con posibilidades de un crecimiento amplio, un candidato muy querido (que casi siempre implica que sea también muy repudiado por otros sectores) o uno que provoque menos pasiones pero sea aceptado en sectores sociales más amplios. Repito: un número puede tener lecturas absolutamente contrapuestas y el poder de decisión está en el interpretador. Aun bien hechas, las encuestas son más dedocracia técnicamente justificada que democracia.
Finalmente, la encuesta elimina el ejercicio libre de derechos y la igualdad de posibilidades de participación. Sólo ejercen la participación política quienes hayan sido seleccionados para integrar la muestra. Quienes no participan deben confiar en que su opinión ha sido tomada en cuenta por los lectores de la mente del pueblo. Esa es la nuez de la discusión, tanto en la consulta de revocación, cuanto en la definición de candidaturas en Morena. De quién es el derecho, de quién es la responsabilidad, de quién es el poder.