Desde ya y después de la publicación de los calendarios de vacunación, sabemos que 2021 va a seguir tratándose de coronavirus, de confinamientos y liberaciones parciales, del conteo de muertes y las experiencias cada vez más cercanas, aunque sea con la enorme diferencia de los aprendizajes que cargamos ahora a cuestas.
Nadie tiene certeza de que la vida social volverá a ser como antes y algunos como Boaventura de Souza apuestan a que esto, más que tratarse de una crisis transitoria como otras, es el inicio del siglo XXI y una impresión inicial que marcará toda su dinámica. Puede ser que el pesimismo de Boa esté fundado y lo comparto en parte: las grandes tendencias que trajeron al mundo a este berenjenal, como dijo ayer aquí Gauri Marín, siguen prácticamente intocadas, cuando no fortalecidas: las empresas más robustas han salido fortalecidas, mientras la pandemia arrasó con buena parte de la clase media, de los negocios medianos y chicos —en México nada más, se perdió más de un millón de unidades productivas.
Merced a la crisis hay una nueva sensibilidad social, al menos en el discurso, distinta de la que hubo en la mayor parte del periodo neoliberal. Se han posicionado algunas demandas en el ámbito académico, es cierto, se habla más de renta básica universal, de justicia fiscal, de salud pública. Pero es un cambio limitado. En el mundo siguen siendo las grandes farmacéuticas, los imperios agroalimentarios y el sector financiero quienes parten el queso. El estado en todo el mundo ha tenido una vuelta, muy tímida, a la política social asistencial y al ejercicio efectivo del derecho a la salud.
Los encierros han trastocado mucho en todos los pisos del edificio social y, en principio, han generado estabilidad política, derivada de que es la clase media —el agente de protesta por excelencia— la que está en mayores posibilidades de sostener el encierro. Pero se trata de una estabilidad política falsa, como la energía que producen ciertas drogas, que la cobran en vulnerabilidades futuras tarde o temprano. Pongo por ejemplo las decisiones de la dirigencia de Morena de las candidaturas a gobernador. Algunas de ellas, polémicas, no han generado todo el revuelo que habrían concitado en la vieja normalidad en la cultura política de nuestra izquierda, y se han procesado con descontento y uno que otro sillazo, pero nada más. Pero, si no se teje fino, en ese o cualquier otro aspecto de la vida social, toda la arbitrariedad que permite esa paz falsa, todo el conflicto que no se gestiona en la resignación del encierro, reaparecerán en la forma de protestas, de emociones colectivas positivas y negativas mezcladas. Ya hemos visto Black lives matter, protestas en Perú, en Guatemala, y veremos seguramente más, quizá cuando la mayor parte de las poblaciones esté vacunada. Hay agenda y energía para la movilización, pero todo eso tendrá poco sentido si el espíritu de los tiempos no encuentra a sus dirigentes políticos.
En Estados Unidos, por ejemplo, ni la salida populista representada por Trump, ni la vieja clase política a la que pertenece Biden, lograron esbozar un orden medianamente republicano, donde los límites de la extrema riqueza, la extrema pobreza, y la extrema muerte, se tracen con claridad.