En la izquierda no hemos terminado de explicarnos la derrota de las pasadas elecciones. La retórica sigue siendo triunfalista y el equipo político más poderoso –el de la Jefatura de Gobierno– no ha emprendido algún giro estratégico radical. Es preocupante. Según la encuesta de Alejandro Moreno publicada recientemente, Claudia Sheinbaum goza de una aprobación del 57 por ciento de los habitantes. A estas alturas de sus respectivos sexenios, Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador tenían una evaluación relativamente diferente, pero ninguno de ellos llegó a perder la elección intermedia.
AMLO llegó a 2003 ciertamente imbatible, con niveles de aprobación superiores a 80 por ciento y que en ocasiones rozaban el 90 por ciento, mientras Marcelo Ebrard puntuaba a la mitad de su sexenio 60 por ciento, no tan lejano del actual 57 por ciento de Sheinbaum. La burocracia del PRD se hallaba entonces dividida, después de la guerra interna en la que mediante argucias legales el Tribunal entregó a Jesús Ortega la presidencia del PRD que en realidad había ganado Alejandro Encinas. La circunstancia se complicó más por el histórico choque entre el obradorismo y Los Chuchos: la contienda de Iztapalapa encabezada personalmente por López Obrador y Clara Brugada.
Si la circunstancia era en esos tiempos aparentemente más compleja, ¿por qué Morena y la izquierda perdieron la mayor parte de los espacios en Ciudad de México en las pasadas elecciones de 2021? La explicación se distribuyó entre la búsqueda de chivos expiatorios y traidores –que en 2009 ciertamente abundaron–, además de culpar a cierta clase media “aspiracionista” de haber votado por la derecha desde la ignorancia o la frivolidad. Creo que ambas hipótesis sirven para aliviar la conciencia de algunos partidarios, pero mucho me temo que tienen poco potencial explicativo. Eludir la autocrítica puede derivar en la imposibilidad de un diagnóstico honesto y, por tanto, en la incapacidad de corregir. Lo primero que habría que cuestionar es si la circunstancia de Morena es menos compleja que la del PRD en 2009 o solo fue menos visible y conflictiva, entre otras cosas por el encierro pandémico. Es, sin embargo, muy probable que la opacidad y el autoritarismo de los métodos de elección, así como la exclusión de buena parte del partido de las definiciones, hayan generado una distancia entre el partido y la base que estaría llamada a servirle de plataforma promotora.
La encuesta de Alejandro Moreno deja ver también otras cosas: que las clases medias prefieren a Claudia Sheinbaum (62 por ciento), mientras las populares la aprueban solo minoritariamente (46 por ciento), o que la mayor parte del electorado de la ciudad (53 por ciento) no votaría por ella si se presentara a una elección como candidata a la presidencia de la República. Si esto se suma a las dinámicas de movilización, de raigambre mucho más ideológica, se obtendrá que en materia electoral Morena en Ciudad de México, ahora mismo, está en el peor de los mundos: el gobierno de Ciudad de México le habla más y más efectivamente a las clases medias y altas, pero entre estas, son las de derecha las que se movilizan principalmente para influir en las votaciones, como se atestiguó en algunos de los distritos electorales federales de las demarcaciones Miguel Hidalgo y Benito Juárez.