Casi todos estamos de acuerdo en que muchas cosas cambian ahora en México aceleradamente. La mayoría piensa que para bien, la minoría que para mal, y otros piensan que no cambian tanto. El problema, sin embargo, es que las permanencias y los cambios se entienden poco y por lo tanto se critican mal, porque no estamos hablando de ellos. En vez de centrarnos en lo importante, estamos consumiéndonos en el ruido. Un poco se lo debemos a las redes sociales y en particular a Twitter. Más allá de lo que allí pasa, influye el tono que ayuda a imprimir a la conversación pública, muchas veces sujeto a las granjas de bots y otras artimañas. Soy incapaz de decirlo mejor que Mauricio Tenorio: “Twitter es, por seguro, más democrático que la opinología de hace veinte o treinta años, y es también más demo-diarreico. Otorga y pide la impunidad del comentario guarro y anónimo, mitad venganza social mitad descarga intestinal, y exige ser o hacerse tonto. Nadie en realidad twittea, todos somos twitteados, vivimos en la lógica de la simpleza y puras netas, netas, nada de matices” (https://www.mauriciotenorio.net/to-trump-trumpar/).
No estamos ante una radical novedad, pero sí que la conversación le está quedando corta al proceso. Mas prescriptiva que descriptiva, se priva de mirar. Y no es que la prensa mexicana se caracterizara antes por su enorme calidad (aunque hay siempre excepciones), ni que la vocación de algunos diarios en particular les permita hablar de ciertos temas, pero lo de estos días parece a veces la rendición total ante Twitter. En los grandes diarios, por ejemplo, se habló del operativo de Culiacán pero a un nivel superficial (salvo, quizá, La Jornada), se dio cuenta de los cambios a la ley de ingresos, el periódico Reforma consideró noticia de ocho columnas el salto de muchos munícipes chiapanecos a Morena y, junto con varios noticiarios de radio, convirtió el gas en Palacio Nacional en un asunto clave del federalismo y la declaración de que era de mal gusto que Estados Unidos opinara sobre la estrategia mexicana de seguridad en un imperativo: no opinen. Según mi manera de ver, mientras hay un reacomodo importante de las placas tectónicas de toda la política mexicana, estamos concentrándonos en hablar de vidrios rotos, cada quien del suyo. De Twitter se entiende, pero la prensa debería ser otra cosa.
En estos días, el debate sobre la legalización de la mariguana y sus términos ha ocupado unas pocas primeras planas y menos tejido fino (salvo excepciones como MILENIO); se ha hablado poco del entramado de las factureras que defiende Coparmex (de lo que implica la evasión de 50 mil millones y a quién beneficiaban esas 145 empresas investigadas por la Unidad de Inteligencia Financiera) y de la farsa que implica para la enaltecida economía formal, pretendido rostro de la modernidad mexicana, o del delicado desmonte del entramado de la política mafiosa en el Poder Judicial y los circuitos políticos y que pasa por las caídas de Romero Deschamps, Rosario Robles, pero sobre todo de Juan Collado, y que va desde despachos de abogados hasta lo más profundo del crimen organizado. Pero es más fácil hablar de lo que se puede fotografiar o tuitear.