Cuando Vicente Fox ganó las elecciones, nadie dudó que estuviéramos ante un hito histórico. Estaba en el guion escrito de antemano de la transición a la democracia y, aunque siempre se presentó como la culminación de un cambio de régimen (del autoritarismo a la democracia), se trataba en realidad de la relegitimación del que había comenzado antes de 1982 y que se hizo sólido y sofisticado en el gobierno de Salinas de Gortari, un pluralismo con autoritarismo selectivo de marcada tendencia tecnocrática (la técnica hizo su propia escalera hacia el poder) y neoliberal. En automático, la fecha entró al calendario sacro del régimen, y pocos pusieron en duda su gran significado. Pero no pasó nada en los cimientos del poder y por eso la fiesta continuó en paz. Se respetaron feudos y viejos sistemas. Nada realmente importante cambió para bien.
Hoy la situación es la contraria. No hay un guion prescrito, porque las ciencias sociales mexicanas navegaban por aguas muy distintas del cambio actual de régimen y los intelectuales del lopezobradorismo estaban muy ocupados haciendo para ganar. Hay líneas generales y los cien puntos del Zócalo, pero el horizonte de institucionalización del nuevo régimen está apenas en construcción y discusión. No hay guion y la victoria del nuevo régimen no ha sido todavía definitiva, pero los cimientos del poder crujen aquí y allá. Muchas cosas importantes están siendo trastocadas, muchos viejos arreglos, cambiados o incluso eliminados. Es preciso estudiar el cambio de cerca, teorizarlo y escribir su historia sobre la marcha, porque solo así se podrá ordenarlo, entenderlo, proyectar su futuro. Es también natural que la reacción, derrotada, haga por borrar la historia en esta nueva clave, por regresar al registro histórico antes dominante, a la cronología de la transitología y la épica ciudadana (que viene a ser una semejante a la panista). Es una especie de neurosis de angustia derivada de que los viejos mapas no sirven para las nuevas realidades, así como de la incapacidad de dibujar mapas nuevos.
Quienes sostienen que no hay cambio de régimen, que lo de julio de 2018 fue “solo” una elección, pueden consolarse recurriendo a su dicho, pero tendrían que proyectar también un futuro deseable en su nueva realidad política. Es importante para transitar cuanto antes a la normalidad del nuevo régimen. Sería lo conveniente para todos, incluso para quienes aspiran a revertir el cambio. Tendrán que jugar bajo las reglas del nuevo juego, así como la derrota del régimen neoliberal fue por vía electoral, por medio de la organización y la rebeldía pacífica. Entretanto, ha cambiado ya radicalmente la correlación de fuerzas —que habrá que institucionalizar—, el sistema de partidos (el tripartidismo fue barrido), los esquemas de intermediación del sistema de compras públicas (la relación del dinero con el poder), la política social y la organización del gobierno federal. Nada de eso volverá a ser igual, y quizá algunos partidos centrales para el viejo régimen, como el PRD, lleguen a desaparecer en el corto tiempo. Se trata de una revolución por los votos que derivará en algo que no alcanzamos todavía a ver.