La principal equivocación del gobierno de la capital fue, probablemente, calcular que la protesta de mujeres causada por la denuncia de una violación cometida por policías era un asunto de administración, cuando se trataba de un problema de gobierno en el sentido más amplio posible. El fondo del problema no era integrar bien carpetas, realizar investigaciones puntuales y apegadas al procedimiento y resolver un caso, de una mujer (importantísimo en lo individual, pero también por todo lo que significa socialmente), sino el de mostrar signos de cambio de una estructura de violencia de género institucionalizada y de escucha e integración de la nueva voz colectiva de las mujeres, encabezada por una nueva generación de feministas.
No. No se trató de una falla que configuró una crisis de gobierno, sino de un evento que tocó los puntos más caros a una sensibilidad que ha madurado durante muchos años, que ha venido cristalizándose en diferentes lugares del mundo y que se caracteriza por presentar ante el público dolores que las mujeres han padecido por décadas y siglos, pero que pocas veces eran verbalizados en el espacio público y que aspira a re-trazar los límites de lo admisible. (Hasta hace unas pocas décadas, según diversas autoras, no existía ni siquiera una expresión para nombrar el acoso sexual en cuanto tal, porque en la estructura social era una práctica legítima indistinguible semánticamente del coqueteo. Hasta hace menos, en la estructura jurídica de nuestro país no existía la violación si el violador era el esposo. Dominación pura institucionalizada). Es una sensibilidad, entonces, relativamente nueva, derivada de procesos de la larga duración, aunque contemporice con climas políticos del presente, de corta duración, coyunturales. En buena parte del mundo, las mujeres reclaman en colectivos cada vez más masivos su derecho a la palabra como una sujeta política autónoma, transversal a las diferentes estructuras del poder que configuran los espacios públicos y privados. Demandan la desaparición de las brechas salariales, la libertad para decidir sobre su vida y su cuerpo y la reestructuración de los patrones de relaciones sexoafectivas, principalmente mediante el combate a las violencias sexuales.
El resultado simbólico de sus manifestaciones no es menor. El campo de experiencia pensable de las niñas de hoy será diferente: lo que piensen de sus derechos, de su capacidad de exigir, de los alcances de sus protestas y de su dignidad. Repito: no es un tema coyuntural, sino el intento de reconfigurar el mundo como lo conocemos, en un proceso aceleradísimo en el reloj de los siglos que comenzó, hace un pestañeo, con la conquista del sufragio, y que habrá de seguir durante toda nuestra vida. En buena lógica de gobierno, tendrían que pensarse procesos para institucionalizar la participación de dicha sujeta histórica, para seguir de cerca la construcción de su voz (¿de sus voces?), para procesar políticamente todas las demandas ya planteadas, sin esperar el advenimiento de una nueva crisis, y para convertir el cúmulo de dolores injustos y evitables en una agenda de transformaciones, algunas ya formuladas y otras que están por formularse.