Es evidente que Andrés Manuel López Obrador pretende que uno de sus principales legados sea una reforma ética e intelectual de la sociedad y a ese esfuerzo responde la redacción de la guía ética para la transformación. De algo servirá si se utiliza para emprender un diálogo nacional sobre la propuesta, aunque sea ahora obvio que ese diálogo no lo emprenderán ni lo articularán los principales actores políticos, los llamados intelectuales, o los medios de comunicación, que han optado por ignorar la propuesta después del escándalo instantáneo que suscitó.
Hay, además, temas urgentes que han hecho que la mencionada guía no ocupe un lugar privilegiado entre las prioridades del gobierno. Lo peor sería que pasara desapercibida, pero aun si eso no sucediera, hay dos serias limitaciones para que el cambio ético del que el Presidente quiere hacer parte al gobierno efectivamente suceda.
La primera limitación es que la publicación y prédica de lo publicado no es el mecanismo más efectivo que tiene el gobierno para la educación moral. Sí lo es, a cambio, la capacidad de establecer reglas y límites y ejercer castigos, que en la política no son solo útiles sino fundamentales. Más cambio ético que con cualquier guía, sucedería con el fin de la impunidad, con ex presidentes en la cárcel (pues no hay ya fusilamiento por traición a la patria). AMLO ha dicho que él argumentará, en ocasión de la consulta al pueblo para procesar a los ex presidentes, a favor del perdón, porque es más importante que se sepa de la corrupción del pasado y que pase ahora a ser mal vista, como si se tratara de un cambio que tiene que ser más cultural que político. Y en realidad la lógica es la contraria, como él bien lo sabe y ha repetido: se limpia de arriba para abajo, y se educa con el peso del ejemplo. La prédica, en este tipo de cambios, suele suceder a toro pasado y más bien para afinar los entramados éticos que ya han sido delineados en sus grandes trazos mediante actos políticos. Cuando Peña dijo que la corrupción era un asunto cultural, predicando ya una justificación, tenía ya todo jodido de antemano mediante la práctica política y estaba solo verbalizándolo. Perdonar a los ex presidentes sería solo prolongar, con matices, la permisividad. Cuando la reforma ética de la sociedad mexicana suceda, los documentos que le den forma y horizonte tendrán mucha más pertinencia que ahora, antes de que se encarcele a quienes mayor daño han hecho al país.
El segundo límite es que en el bloque político de la transformación hay personas con poder en puestos clave que, si se hace caso a ciertas filtraciones y columnas, están utilizando la impunidad para transar, por ejemplo, con reformas legislativas. Se ha dicho que se prometió paz a algunos actores políticos envueltos en escándalos de corrupción en sus estados a cambio de votos legislativos y buen comportamiento. Ojalá no sea el caso. Si al cabo de los años, en la gestión cotidiana del poder, nos llenamos de verdades de testigos colaboradores libres, impunes, se perdona a los ex presidentes, y terminan por triunfar quienes ven la impunidad como moneda de cambio, alcanzando a su vez la suya propia, la guía ética no será otra cosa que papel mojado de incoherencia.