Cada día mueren en el mundo 6 mil 500 personas por enfermedades laborales, 10 mil niños por desnutrición y mucha gente pobre por padecimientos respiratorios o digestivos que muchos consideramos leves porque tenemos acceso a medicamentos. Pero esas muertes estaban ya presupuestas, no alteran a nadie, no imponen emergencias ni alarmas y nadie las tiene en la mente, sino solo aquellos que tienen una sensibilidad que permite que el dolor ajeno les duela también.
Muchos de los muertos cotidianos no necesitan costosos ventiladores mecánicos, sino simplemente de alimentación o medicinas sencillas, pero en el orden de cada día se da como una fatalidad que esas muertes ocurran, que esas personas carezcan de seguridad social, que sociedad y Estado no puedan hacer más por ellos. En nuestro orden social, político, esas vidas son insalvables.
Cada día mueren en el mundo 6 mil 500 personas por enfermedades laborales, 10 mil niños por desnutrición y mucha gente pobre por padecimientos respiratorios o digestivos que muchos consideramos leves porque tenemos acceso a medicamentos. Pero esas muertes estaban ya presupuestas, no alteran a nadie, no imponen emergencias ni alarmas y nadie las tiene en la mente, sino solo aquellos que tienen una sensibilidad que permite que el dolor ajeno les duela también. Muchos de los muertos cotidianos no necesitan costosos ventiladores mecánicos, sino simplemente de alimentación o medicinas sencillas, pero en el orden de cada día se da como una fatalidad que esas muertes ocurran, que esas personas carezcan de seguridad social, que sociedad y Estado no puedan hacer más por ellos. En nuestro orden social, político, esas vidas son insalvables.
Además de que se están perdiendo más vidas de marginados, están muriendo personas que, en el arreglo del orden social actual, no se supondría que murieran, y eso es doloroso y desconcertante, porque no tenemos repertorios culturales para procesarlo. Desconcierta, también, porque pone ante nosotros la obviedad de que solo la salud pública puede enfrentar un reto de estas magnitudes, una salud pública que por dogmas ideológicos se debilitó en todo el mundo en las últimas décadas.
En varios países el ánimo político se ha reorganizado, generando bloques polares, sobre todo allí donde hay líderes populistas (para mí esa no es una mala palabra). En México ya íbamos avanzados en esa ruta y parece que, ahora, en efecto, se está materializando la polarización que auguraban los adversarios del bloque de la transformación. Los grandes empresarios se han puesto en primer plano, los intelectuales se movilizaron y llegaron a un consenso de gente lista (¡imagínate si hablaran con la gente tanto como firman desplegados!), los cuadros políticos se pusieron a las órdenes y decidieron todos retar al unísono al jefe del Estado mexicano, intentando reclutar a la clase media para sus fines. No es una reacción ideológica, sino afectiva. Se escudan en artistas y deportistas porque carecen de buenos políticos con credibilidad (deberían buscar a los kumamotos huérfanos de ideología, pero sedientos de ser políticos). Están en campaña permanente. Tienen en la mira 2021, sin AMLO en la boleta porque para entonces cada quien defenderá su nichito de votos. Después, a cristalizar la polarización en un revocatorio. Lo que menos les importa es el dolor de las personas; lo usan para atizar el encono. Habrá que plantar cara, sin corresponder al odio. (Hablo de la nueva autoridad).