Si hubiera que destacar una característica positiva del espíritu de los tiempos yo elegiría el consenso liberal alrededor de la ampliación de los derechos. Los ejemplos sobran, pero quiero destacar solamente dos. Hay, en este sexenio, diferentes opiniones sobre cómo se ha puesto en marcha la política social, hay quienes la consideran ejemplar y otros a quienes les parece clientelar, pero no ha cabido casi ningún reproche contra la reforma al artículo cuarto constitucional.
Sintomáticamente, el Partido Acción Nacional votó esa reforma en contra, aún cuando sus ideólogos antiguos –como Gómez Morín, en su reflexión sobre la seguridad social– y participantes recientes de sus gobiernos –como Julio Frenk, en su libro Proteger a México- hubieran postulado la conveniencia de políticas y reformas del mismo corte.
Del mismo modo, han cabido los reproches sobre las limitaciones de la reforma judicial, así como críticas al desempeño de Arturo Zaldívar desde diversos flancos partidistas (las más inteligentes elaboradas por Germán Martínez), pero no las ha habido de peso respecto al sentido de las decisiones de una Suprema Corte cada vez más garantista, que ha dado, en la semana que terminó, históricos pasos para la despenalización del aborto y contra la perversión del derecho a la vida en las constituciones locales. A diferencia del pasado, los vociferantes grupos antiderechos hicieron una protesta solo testimonial. El PAN, que otorgó la concesión al Yunque de incluir en 2002 (muy lejos ya de sus fundadores) la “defensa de la vida desde la concepción” en sus principios de doctrina, protestó frontal pero tímidamente, seguramente por la dura reprimenda colectiva que los sanos reflejos liberales de todo el espectro político mexicano le propinaron hace apenas una semana.
Más que regocijo, la crisis del sistema de partidos debe ser motivo de preocupación, pues los partidos estructuran la conversación pública y moldean al pueblo que aspiran a representar. Por eso es lastimosa la crisis del PAN, que hace tiempo no ocupa con ideas y dignidad el espacio de la derecha, impidiendo también el surgimiento de otras opciones en su lugar –aunque debe decirse que los intentos han sido más patéticos que el PAN mismo a la deriva, y para muestra está México Libre.
La crisis va más allá de la orfandad ideológica y de doctrina que ha volcado a Acción Nacional contra los derechos humanos, y se expresa mejor en la falta de cuadros dirigentes después de la caída en desgracia de Felipe Calderón y Ricardo Anaya y de la muerte de Rafael Moreno Valle. No hay ni siquiera quién se haga cargo de las tonterías y los yerros, de tal modo que el pato de la invitación a la ultraderecha española al senado tuvo que pagarlo y tragarlo un asesor de redes sociales, porque no fue culpa de nadie. (¿Quedará alguien, además de Romero Hicks, con la estatura política de dirigente en ese antro?). Por si fuera poco, la intención de voto por el PAN registra números dignos de su fuerza en los años ochenta, cuando todavía con mística se recuperaba de la crisis que en 1976 les impidió presentar candidato a la presidencia de la República, con la diferencia de que ahora el camino es cuesta abajo, sin mística, sin causas, sin dirigentes.