Lo primero que opino es que no ha habido justicia para Héctor Melesio Cuén Ojeda, ni castigo para el gobernador Rubén Rocha, quien utilizó y difundió un montaje para esconder el carácter político del asesinato de su principal opositor. Opino que se dejó al poder judicial del estado de Sinaloa obstaculizar la acción de la Fiscalía General de la República y que la presidenta Sheinbaum es cómplice mientras no promueva la declaratoria de desaparición de poderes en Sinaloa.
I
No es sencillo determinar el lugar que la oposición debe jugar ante un gobierno tan popular y, a la vez, tan ineficaz en ciertos aspectos, tan negado a asimilar la realidad –una vez que se ha descubierto que la negación cínica es útil para eludir los costos políticos de la situación nacional–, tan cerrado y con un discurso de confrontación que admite pocos matices. El PRI y el PAN han colaborado, desde una política suicida, con el endurecimiento de esa confrontación sin matices y con la cerrazón del diálogo, pues la base social más activa de esos partidos así lo pide en medios de comunicación y redes sociales. A buena parte de los medios de comunicación, ese tipo de política conviene más: vende más, es más espectacular, permite más fácilmente generar sentido de identidad y apego y entonces eleva los números de audiencia.
II
La presidenta Claudia Sheinbaum tiene cerca del 80 por ciento de aprobación en el mismo país en que se incendió Sinaloa por la actuación mafiosa y criminal de un gobernador y su grupo político, pertenecientes a su partido; el mismo país donde una de las facciones del grupo político del expresidente es relacionado, por otra, con uno delictivo en Tabasco. En un país distinto, digamos que con una vida pública decente, por ejemplo, el asesinato del principal opositor a un gobernador como sucedió en Sinaloa sería un escándalo que paralizaría la vida pública de una entidad federativa hasta que hubiera una explicación más o menos clara. En México, se ha tratado como una nota al pie del secuestro de El Mayo Zambada.
Aunque el primer dato y las situaciones de un par de entidades federativas aludidas pueden parecer paradójicos, claramente no lo son. A la presidenta le corresponde todo aquello de lo que se habla en la conferencia matutina: la defensa de los consumidores, los programas de dispersión de efectivo, el discurso contra Trump que empata en el molde del nacionalismo del siglo XX previo al TLC y las reformas constitucionales que tienen, casi todas, un discurso generoso y bienintencionado. Todo lo demás se debe a desviaciones, a malos gobernadores, a sabotajes de los adversarios del nuevo régimen, que también pueden ser internos, a otros de la derecha rancia, a quien sea, pero no al gobierno federal y mucho menos a la Presidencia de la República.
III
Hace muy poco tiempo vi una encuesta. La mayor parte de los ciudadanos que participaron en este ejercicio declararon que la salud había mejorado con los gobiernos de morena. Hay muchos indicadores para demostrar que esto es objetivamente falso. Según los reportes de Coneval que el oficialismo festinó y difundió –pues daban cuenta de la disminución de la pobreza–, las carencias por salud incrementaron para tres decenas de millones de personas. La salud se privatizó silenciosamente y sin necesidad de malbaratar infraestructura ni liquidar personal: la gran mayoría de los usuarios pasaron a la salud privada por simple desplazamiento de la mala calidad de los servicios públicos. Pero todo esto es congruente y complementario con el imperio del efectivo; éste es suficiente para acudir a simi consultorios y comprar medicamentos necesarios, sí, y así resolver las necesidades más apremiantes de las personas en este ámbito (hay mecanismos análogos en otros ámbitos, como en La Escuela es Nuestra).
Desde luego, las transferencias en efectivo poco ayudarían en el caso de enfermedades crónico-degenerativas o en cirugías de alto costo o en los equivalentes en el caso de cualquier otro de los servicios públicos; y, aunque siempre es pertinente hacer pedagogía política, advertirlo no tienen ningún sentido, porque la política se juega en el más pleno presente. Además, en el México de hoy, antes que el reclamo por servicios públicos adecuados, está la resignación ante el dolor y la muerte. Para muestra está el exceso de ellas ocurrido a causa del Covid. Para decirlo breve y sencillamente: la agenda neoliberal triunfó casi por completo, pero con un discurso duramente antineoliberal. Así, la solidez del nuevo régimen es muy importante por ahora: con la liquidez, las familias logran satisfacer sus expectativas mínimas de consumo; con su discurso, el gobierno ha generado la impresión de un cambio radical que vale la pena defender con estridencia por parte de un sector políticamente muy activo.
IV
Pero hay casos en que estas expectativas colapsan. Se trata de los regímenes locales abiertamente dictatoriales o autocráticos y patrimonialistas. El que se encuentra más a la mano del imaginario colectivo es el de Sinaloa, una entidad en que la elite que ganó las elecciones más recientes se sirvió de las alianzas con grupos armados para ese mismo triunfo; que tomó en sus manos los tres poderes del estado, incluyendo a la fiscalía; que avasalló a la oposición con cooptación e intimidación; y que encubrió el magnicidio del principal jefe opositor del estado con un montaje. En esos casos, no hay matiz que quepa, sino la pura decisión política, necesitada de valentía, de combatir de frente y en la voz más alta posible a las tiranías, exigiendo su derrocamiento. Penosamente, no ha sido así, pues los asesinatos políticos y, por tanto, el miedo, se multiplican en los ámbitos local y municipales, al mismo tiempo en que las dirigencias nacionales suelen desentenderse de los problemas que no se perciben de su nivel. Las dirigencias nacionales no quieren hacer, por decirlo así, lo que se percibe como política de cabildo.
V
Los cambios tienen lugar cuando el estrés de soportar a los regímenes institucionalizados es mayor que el estrés provocado por un salto riesgoso al caos y la incertidumbre. Eso, teniendo la medida del PAN y del PRI como alternativa a los gobiernos de morena, no va a suceder desde lo nacional. Incluso el opuesto ofrecimiento de llevar a cabo la agenda social que promete morena, pero realmente, correctamente, o de mejor forma, no genera un escenario convincente para el cambio de gobierno. Apenas configura una especie de simifarmacia al revés: lo mismo, al mismo precio, pero más mejor.
Sería necio y poco democrático pretender que lo único que hace falta para que triunfe una agenda política socialdemócrata –con una alternativa más plural, más democrática, más igualitaria y más eficaz en materia de seguridad– es intensificar la didáctica política, aunque, repito, es algo que tiene que hacerse también, sin caer en la arrogancia de un sector de la izquierda antigua que reivindicaba que tenía que mostrarse al proletariado sus verdaderos intereses, desplazados de sus prioridades por su presunta falsa conciencia. Esa estrategia parte de la idea de que la gente está tan enajenada que no sabe qué le duele, ni en qué sentido querría estar mejor.
Lo contrario es igualmente equivocado: dedicarse a una lucha comunicativa con referencias de cultura popular que banalice el sentido de las luchas, como un extremo igualmente nocivo que el de la sacralización, excluye la posibilidad de arraigar un cúmulo de ideas que permita construir una nueva voluntad colectiva, alternativa a la que tiene morena.
Hablar de socialdemocracia, de felicidad, de pluralismo, de frescura y de cambio generacional tiene sólo sentido si eso se expresa materialmente en organización, comunicación, educación y movilización contra los muy concretos rasgos empobrecedores, autocráticos, angustiosos, uniformados, anticuados y encabezados por viejos políticos, en gobiernos como el de Rubén Rocha Moya en Sinaloa y una decena más sobre los que deberé hablar después.