Morena, según las cuentas más recientes del INE, tiene 278 mil militantes. Los rumbos del partido, sin embargo, se grillan entre un centenar de personas, ya exagerando, pero principalmente entre unos cuantos machuchones. Es trágico e insostenible, por donde se le mire: el partido triunfante, que recibió treinta millones de votos que llevaron al poder a López Obrador, está entrampado en una lucha de facciones con poquísimos jefas y jefes muy claros que se agarran a tribunalazos a la menor provocación; aunque hay que decir que no es la dinámica de grupos el único factor de la crisis y parálisis de Morena. Que dejara de existir como un movimiento vivo se debe también a que muchos de sus mejores cuadros, comenzando por su jefe político, se fueron al gobierno, y desde ahí el presidente ha sido muy claro en que no deben mezclarse el servicio público y la búsqueda del poder. Ahora, de cara a la elección de 2021, cuyo proceso comienza en unos cuantos meses, no está organizándose a tambor batiente, sino todo lo contrario. El partido no ha estado a la altura de la presidencia de la república en materia de comunicación, organización, pensamiento. Pero parece que hay todavía esperanza para que el camino se recomponga.
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no sólo avaló la dirigencia de Alfonso Ramírez Cuéllar, sino que instruyó a que Morena eligiera su próxima dirigencia por medio de encuesta. Se trata de un fallo que ha sido polémico pero que, acaso por hartazgo, todos, con excepción de Bertha Luján, han sido de la idea de acatar pues, además, coincide con la única sugerencia que López Obrador ha dado a la dirigencia del partido –y que se prefirió ignorar. El método de encuesta es una alternativa correcta porque, además de evitar trampas electorales como las que se presentaron en no pocas asambleas, evita que haya suspicacia en el control del padrón, y obliga a los aspirantes a hacer una campaña visible para el público obradorista, general, mucho más amplia y democrática que la que bastaría para el personal que defiende para sí la exclusividad del uso de la marca Morena.
La labor del nuevo dirigente no es recomponer un partido pues, repito, prácticamente dejó de existir, sino establecer un departamento de encuestas científico, creíble, solvente, que se complemente con encuestadoras privadas que hagan ejercicios paralelos para seleccionar no solamente al nuevo dirigente, sino también a los candidatos para 2021 (para lo que habrá que tomarse también una determinación sobre la reelección legislativa que puede anticiparse que acabará también en el tribunal). Ya después de que Ramírez Cuéllar haya pasado esa aduana sin sucumbir a la tentación de la permanencia, en el partido podrá hablarse de formar cuadros (de cuáles se requieren), de hacer crecer la militancia y la organización, de un programa político más allá de los 100 compromisos de López Obrador; en resumidas cuentas, de ser partido. Esta es la última llamada para hacer un aparato serio antes de 2021; de no tenerlo, partidos oportunistas que buscan arropar a la 4T tendrán servido un banquete, sin hacer otra cosa que esperar el momento justo.