El asesinato de Torreón se ha explicado poco y mal, por las prisas y por el dolor que implica siempre ver la realidad de frente. Un problema de fondo podría ser la desafiliación social, la falta de vínculos significativos y seguridades para el futuro, un asunto que no va a revertirse pronto, porque reparar daños sociales profundos requiere abundantes recursos y entendimiento. En cambio, quizá la principal consecuencia pública sea la extensión e intensificación del operativo mochila segura. Ayer, MILENIO daba cuenta de que eso fue lo único que se le ocurrió a Alejandro Murat, y seguramente otros gobernadores lo replicarán. Por si fuera poco, en Oaxaca corresponderá aplicarlo a maestros, padres y policías. Es un error: hacer a todos los niños blanco de la desconfianza del estado, asesinos potenciales, y volver a la escuela un terreno de lógica policial es desaconsejable, por decirlo suave.
Llama la atención la falta de inventiva de las autoridades políticas y educativas, pero les tengo un regalo: una propuesta de Patricia Reyes González, mi madre, maestra de toda la vida: olvidarnos de las pesadas mochilas, saturadas de libros, cuadernos y materiales que diariamente encorvan las espaldas de millones de niños. La mochila saturada, además de generar problemas ortopédicos, tiene su raíz en una concepción educativa antipedagógica que echó profundas raíces entre nosotros. Para algunos directivos, padres, y maestras mismas, no es incómodo el papel de llenador de libros, cuadernos y guías. Así hay algo material que hace pensar que se avanza. En sus últimos años de servicio en escuela oficial, Patricia decidió que sus alumnos utilizaran un solo cuaderno para todas las materias. Los libros y la lapicera se quedaban en la escuela y solo se cargaba el cuaderno de trabajo diario por si había alguna tarea o por si los alumnos querían escribir de manera libre sobre alguna experiencia. Fueron más felices, porque cantaron, bailaron y reflexionaron más, en lugar de vivir para llenar tantos cuadernos como fuera posible. En las evaluaciones estandarizadas obtuvieron resultados similares y a veces superiores a los de sus pares.
Elevar esta medida a política pública general sería problemático en la implementación, como siempre. Puede haber inquietud y preocupación entre padres de familia, porque a todo mundo le cuesta cambiar de rutinas, pero la demostración de la comodidad y practicidad hará que muy pronto se vean las ventajas. La escuela debe ser una institución disciplinaria en cierto sentido, pero claramente no en un sentido policial; debería disciplinarnos para la libertad, no para la lógica de la vigilancia y el castigo. Si el aparato de disciplina educativa muere de ganas de revisar algo, bien podría hacerlo con las loncheras como parte de la educación en nutrición e higiene. En materia de seguridad, eliminar la mochila tendría exactamente los mismos efectos que generalizar el operativo y con los recursos que a ello se destinen, podrían instalarse casilleros para que el alumnado, particularmente el de escuelas de tiempo completo, no realice un acarreo cotidiano de los instrumentos que le sirven para habitar la mitad de su mundo.