La veneración de una parte de la izquierda latinoamericana por Bolívar me ha resultado siempre extraña, y es seguramente porque no había reparado en el puente que significó José Vasconcelos entre los ideales decimonónicos de una Hispanoamérica criolla y no precisamente democrática —por ser excluyente de los indígenas en lo político— y un anhelo de unidad y armonía de las Américas que utiliza el mestizaje como un artilugio incluyente, aunque termine por introducir subrepticiamente otros elementos criollistas en las tradiciones revolucionarias y democráticas que ha influido en todo el continente durante el siglo XX y en el llamado socialismo del siglo XXI.
Si esas ideas bolivarianas-vasconcelianas han podido tener tanto eco, esto se debe principalmente a que no vertebran una ideología sino una mística de heroísmo, grandeza y unidad que se contrapone al imperialismo del siglo XX, pero que abraza la raíz española. Se trata de una historia exageradamente coherente, que puede contarse linealmente desde la colonia hasta el presente, precisamente porque es una historia hecha para inspirar, una historia a la que le interesa más la política del futuro que el descubrimiento de la mundanidad del pasado. Así, el Bolívar de Vasconcelos que prefigura al del discurso de Andrés Manuel de este sábado está ligeramente tuneado por pinceladas cosmopolitas, acaso lo que le permitió emparentar con tradiciones menos conservadoras. Vasconcelos tuvo, a su vez, mediadores entre sus ideas y el sentido común de nuestra izquierda. Dos de los principales, quizá los responsables del Bolívar del festejo del pasado sábado, fueron Jorge Eliécer Gaitán, en Colombia, y Carlos Pellicer, en México. Gaitán importa porque fue una de las vías a la adopción que el chavismo hizo de Bolívar. Pellicer, porque es claramente constitutivo del Bolívar de López Obrador.
Los tres héroes de Carlos Pellicer —dice Nicolás Medina Mora en uno de sus inteligentes ensayos— eran Cristo, Cuauhtémoc y Bolívar, que tuvieron poco en común salvo el martirio. Todos nutren, sin lugar a dudas, la matriz mística e ideológica del gobierno de la Cuarta Transformación, que no puede leerse en la clave del proceso de unificación de la izquierda (digamos, del proceso que llevó del registro del Partido Comunista a la fundación del PRD), sino en la de esta sucesión de intelectuales-políticos monumentalistas que tiene una raíz distinta y otro tiempo histórico, que rivaliza con el neoliberalismo por colonialista, pero que no encuentra problema con admirar profundamente aspectos de la cultura estadunidense. López Obrador ha propuesto en su discurso del sábado transmutar esa inspiración en una solución material que dé lugar a un instrumento de integración “similar a la Unión Europea”. Ya ha logrado convertir el martirio de los monumentalistas en la victoria concreta y mundana que Vasconcelos no alcanzó. Este lance pretende otro imposible: hermanar el bolivarianismo contemporáneo y la integración de América del Norte. Es materialmente muy complicado, implicaría transformar las matrices productivas de varios países, y un acuerdo migratorio que cambiaría el rumbo de la historia americana. ¿Se trata de una propuesta seria, aterrizada, de una proyección utópica de historia monumental, o es simple aceptación de la circunstancia mexicana para presionar a Estados Unidos?