Minatitlán, la mezquindad y el tino

En el reino de la mezquindad, nadie concede. La oposición y los autodenominados contrapesos, más que condolerse de las muertes de la masacre de Minatitlán, de buscar explicaciones, encuentran la forma de cobrar las críticas previas del lopezobradorismo a la guerra, hurgan en los tuits del pasado como desesperados, y se solazan en el charco de sangre, en los cuerpos inertes y sus fotos, con una indignación fingida que no alcanza para ocultar su indolente satisfacción, su “se los dijimos”, “siempre hay un tuit”, como si el andar de la máquina de muerte les diera la razón en algo, los hiciera victoriosos. Actúan como el niño que, acusado con su madre, no ve el momento en que su hermano acusador cometa una falta para devolver el agravio, porque no le importa la falta, sino su venganza.

Hay incluso quien habla de karma; quien dice que “ahora ya ven que no es lo mismo oponerse que gobernar”. Como si, de veras, Peña Nieto y sobre todo Yunes Linares sólo hubieran fallado en el combate al crimen, como si no hubieran protegido mafiosos políticos. O como si les importara la cuenta de muertos, superior a Minatitlán en cantidad diaria en lugares que Morena no gobierna. Además de mezquindad, es una repugnante muestra de la rotura de la nación. No en las redes sociales nada más, porque representan una micro minoría, sino en la conversación pública más en general. Pero eso no exime a nadie de responsabilidad.

Medios de comunicación y oposición política abrieron la llave a la fuente de narrativa. No sé si, seriamente, esperaban que en sólo cuatro meses de gobierno se revirtiera la tendencia de un orden social descompuesto, pero se trata de una crítica válida y, de hecho, el flanco más legítimo de una oposición usualmente tonta que suele hacer objetos de debate de cosas que no son tema: los zapatos del presidente, un supuesto tránsito al autoritarismo, el dinero repartido en becas y programas. En este caso, es cierto: Morena gobierna Minatitlán, Veracruz y México, ocupa espacios legislativos locales, no hay pretexto alguno por lo menos para no explicar con lujo de detalles qué es lo que pasó, sin caer en las narrativas prefabricadas más fáciles, que hacen de todo un problema donde sicarios de cárteles pelearon a otro la plaza. Menos razón de ser tienen algunas reacciones que insinúan una violencia sembrada desde el viejo régimen, o en todo caso tampoco eximiría de nada al gobierno, porque querría decir que no tiene control suficiente sobre el territorio ni donde gobierna cada ámbito. En Veracruz es cierto: no lo tiene. Todo el poder no le ha servido a Cuitláhuac García ni para derrotar y destituir al mafioso que tiene como fiscal del estado, Winckler, impulsado por Yunes y varias veces claramente obsecuente con el crimen.

Se trata también de un llamado de atención a la Presidencia, porque la violencia no ha disminuido (o ha sido poco si lo ha hecho, con la pura coordinación) y ese problema seguirá evidenciando carencias estructurales del gobierno: en la comprensión de los desórdenes y corrupciones locales, en el reclutamiento de cuadros administrativos, en la habilidad política de quienes habiendo ganado el gobierno no son aún capaces de tomar el poder.

Me dedico al arte y ciencia de la política. El trabajo todo lo vence. Autor de Vida y muerte del populismo (UAS-El Regreso del Bisonte, 2024).