Empezamos el 2021 siendo objeto del ataque sistemático y coordinado de la derecha por De buena fe, el programa que conduzco y del que soy anfitrión en el Canal Once. No diré que me sorprende. Los conservadores no están acostumbrados a la crítica y, ante el cambio de régimen, esperaban que al menos el sistema de medios permaneciera inalterado. En nuestro país, durante muchos años prevaleció una dinámica de nula crítica al sistema de medios de comunicación, a cambio de que no lo criticaran a uno. En otras palabras, prevaleció la máxima de que perro no come perro.
Pero tanto a Estefanía Veloz, como a Danger, como a mí, nos parece que la crítica es la mejor forma de superar la autocensura y el silencio de mucho tiempo atrás; de ser objeto del escrutinio público en nuestras opiniones, igual que en el contenido que ofrecemos. La crítica es entonces un bien público que puede ayudar a que mejore la forma de trabajar en los medios de comunicación.
Durante las últimas semanas, el principal objeto de este ataque fue Estefanía, a causa de la crítica que dirigió a Víctor Trujillo, Brozo, el payaso vagabundo, y también a otros personajes como Héctor de Mauleón. Toda la maquinaria del PRIANRD se movilizó. Lo mismo sus comunicadores, que sus políticos y sus defensores en redes sociales. Invirtieron mucho dinero para sacar notas sobre nosotros y para que una granja de bots lograra situarlas como trending topics.
Están asustados de que cambie la manera de pensar, de que dejen de ocupar los espacios preponderantes de la opinión pública, de que su prestigio se ponga en cuestión y se reduzca a su justa dimensión. Es curioso porque su selectividad los desnuda. ¿Por qué no le llaman chayote a lo que cobran otros comunicadores también en el Canal Once? ¿Por qué no cuestionan que cobren personajes como Macario Schettino, o María Amparo Casar, o tantos otros que comulgan con las ideas de viejo régimen? Pues porque en esos casos les parece un salario ganado dignamente. En cambio, creen que nosotros, que venimos de abajo, no somos merecedores de nada, aunque seamos interlocutores de las mismas conversaciones.
En el fondo, quienes defienden ese viejo orden social no se habían preocupado nunca por el tabulador de salarios en los medios públicos. No hasta que aparecimos nosotros. No se había preocupado tampoco por las injusticias del orden social. No hasta que nosotros ocupamos los espacios que creían exclusivos para ellos. Entonces sí, ahora quieren cambiarlo todo. ¿Por qué? Porque permitieron que en esos espacios se incluyera a alguien distinto a los de siempre.
A mí no me inventó el Canal Once. Inicié mi carrera en medios de comunicación privados, en el muy digno Sur de Acapulco. Antes en la revista Eme Equis, cuya marca vendieron y que ahora utilizan para golpear. Trabajé después en Milenio, donde me he mantenido hasta hoy sin dejar de colaborar en el diario guerrerense. Desde mucho antes del triunfo del presidente López Obrador, he trabajado también en Televisa. Todos los espacios me los he ganado gracias a la gente, y gracias a todas las personas que día con día generan esa conversación y comparten este punto de vista.
No nos van a desaparecer, aunque eso es lo que quisieran. Yo les recomendaría, para que no se amarguen el año (ni la vida), que se acostumbren a la presencia del otro, del distinto, en aquellos espacios que antes eran exclusivos para los comunicadores del viejo régimen. En ellos, ahora se discute poniendo la verdad sobre la mesa, con dureza, pero siempre de buena fe.