Hay tres cosas que me llamaron la atención, y quizá pueden ser llamadas compartidas.
1. ¿Por qué Culiacán? Si nunca antes las fuerzas del Estado capturaron allí al Chapo debe ser por algo. A juzgar por el tiempo del despliegue, el poder militar de la organización y la puntualidad del plan de emergencia ejecutado por los pistoleros, tiene sentido que no nos enteremos de poderosas y efectivas intervenciones militares del Estado en dicha ciudad. Entonces sí es importante a quién se le ocurrió, qué buscaba y qué dijeron los servicios de inteligencia (si lo dijeron), porque ahí están los dos nudos del problema. ¿Quién maneja el tejido fino del gabinete de seguridad a toda hora? Es importante saberlo y ajustarlo, porque puede hacerse fracasar un propósito loable con una ejecución torpe. No es lo mismo, por decirlo en términos de teoría política clásica, reinar que gobernar. Se reina con autoridad moral, y se gobierna con la ley y la fuerza, o sea con administración pública. Los jefes de Estado a menudo delegan buena parte de funciones de gobierno, de modo que su principal decisión es con quién gobernar.
2. La narrativa estadunidense en la prensa mexicana. La prensa tradicional del poder estadunidense habló de una derrota nacional impresionante, entre otros adjetivos tremendistas. En los encabezados de México —todo— había capitulado o sido derrotado. Lo hicieron no solo los titulares de medios como The New York Times y The Washington Post, sino también sus articulistas (anti) mexicanos como León Krauze o Loret de Mola. La comunicación precaria e improvisada del gobierno mexicano dejó sitio para dar vuelo a esa lectura. Casi nadie ve, o nadie dice, desde ese país, la responsabilidad de Estados Unidos en el tráfico de armas, en las prioridades de la Guardia Nacional o en las presiones a la acción institucional mexicana. Lo más importante, quizá, es el acuerdo que obtuvo AMLO, en su llamada con Trump, de frenar el comercio de armas hacia el sur.
3. El sentido moral de buena parte de la opinión pública, ya entregada a lo mismo que la de Estados Unidos, maximiza lo que Kant llamó el mal radical, es decir, una inherente tendencia humana al mal fundada en la convicción de que la existencia de algunos seres humanos en especial es superflua y por lo tanto moralmente prescindible. En un despliegue de presunto realismo político, hubo quien sugirió que dejar libre a Ovidio Guzmán era peor en términos generales que haberlo retenido, aun si esto costaba vidas. En ello va no solo el supuesto de que podemos prescindir de la vida de los criminales, sino también de la de la población civil. A veces ni siquiera está muy clara la frontera de unos y otra, y más bien siempre van en paquete. Los narcos, sus familias, su base social, pero también sus vecinos y los inocentes pasando por allí. Parece que para ellos se jugaba la existencia del Estado mexicano; para los medios gringos, la victoria del país. Para otros, sin embargo, no es noticia la debilidad del Estado. Si no hubiera sido débil, ni siquiera habría grupos con esa capacidad de armamentos y acción. Lo que se muestra no es consecuencia de la acción mal ejecutada y peor planeada, sino apenas su circunstancia.