Si no fuera por el nivel de violencia que las impulsa, las consignas de buena parte de los asistentes a la marcha de ayer moverían a risa solamente. Son frases pobres, poco imaginativas y poseedoras del humor involuntario de criticar con faltas de ortografía la supuesta falta de formación de las cabezas del gobierno. Son interesantes, sin embargo, porque denotan un aletargamiento intelectual que recurre a los elementos más primitivos del pensamiento reaccionario. “Tenemos cerebro” a diferencia de ustedes, avisan a los lopezobradoristas. “Fifís sí, idiotas no”, resumen su apuesta política. “Dictador”, “burro”, “ignorante”, “socialista”, “comunista”, “mentiroso”, “corrupto”, califican al Presidente, a quien además aclaran, cómo no, que es un empleado —su empleado. Denotan eso, pero también muestran algo más.
Si la tripa va por delante, es porque el discurso más estructurado y los lugares comunes que tenían respuesta “técnica” para todo han sido ya derrotados. Es, de cierta manera, empezar de cero, dejar de abrazar lo más elaborado del sentido común neoliberal para abrazar los huesos sobre los que se elaboró y construir sobre ellos algo nuevo que no podemos ver todavía. Por eso, por ejemplo, no sorprende que aparezca un discurso anticomunista que ya no le habla a nadie. Los huesos de que hablo son la ilusión meritocrática que justifica y hace moralmente deseable la desigualdad, la autoestima de clase ligada a ella (si tengo más es porque soy mejor, más trabajador o mejor dotado biológicamente) y la reivindicación de una estética legítima con su dosis de orgullo de casta. Eso dominó toda la escena, si bien se aderezó con su pizca de estado de derecho, su cubierta de transparencia, su adorno de libertad de expresión.
A la extraña mezcla de dolores con auténtica preocupación por el estilo del gobierno y sus políticas no la articula el PAN, ni tampoco el movimiento de Felipe Calderón. Antes que ellos, entre lo que circuló en internet, se reivindicaba a la Coparmex y a Reforma, sendos voceros del ethos empresarial y de las aspiraciones de clase. La marcha movilizó un aspiracional orgullo de sentirse fifí y quiso presentarse como una defensa de clase social, corporativa, sin muchos elementos más que la reacción a sentirse atacados.
Siempre que se abre una etapa de cambios, hay incertidumbres, y tiende a brotar menos encubierto el componente afectivo de la política, porque este es el primero que aglutina. La defensa ante una amenaza moviliza más que la transparencia. El odio es mejor para convocar que el estado de derecho. El resentimiento por la reestructuración del espacio público agita más que los debates sobre políticas públicas. En la transformación cardenista pasó también. Se superó, sin embargo, por los éxitos del gobierno, por el buen gobierno. Si Cárdenas hubiera fallado, quizá la vena más autoritaria y más afectiva del PAN se habría inflamado y triunfado, y quién sabe dónde estaríamos. Pero una gestión eficaz que no se desentendió de la labor organizativa, que eligió a sus interlocutores correctamente, abrió paso a una derecha más democrática que el común de las de América Latina. Requirió, sin embargo, mucho trabajo y organización. Es un momento clave.