Cuarta Transformación de la Vida Pública de México es el nombre de un ideal, un objetivo que implica una manera de ver la historia del país y deriva de ella una serie de valores que habrán primero de traducirse en buen gobierno y, finalmente, en una mejora sustancial de las condiciones de vida de las mayorías.
Se dice Cuarta Transformación de la vida pública de México no porque ésta ya se haya concretado, sino porque es lo que buscamos y el parámetro —de quienes simpatizamos con la idea de un cambio de régimen—con el que medimos la dimensión del cambio que buscamos para la sociedad mexicana son tres cambios revolucionarios previos que han implicado, según nuestra interpretación de la historia, una ampliación en el ejercicio efectivo de los derechos para el pueblo de México (a diferencia de otras grandes transformaciones de la vida pública de México, como el porfiriato o el neoliberalismo). En los hechos, se trata de la actualización de una lectura política de la historia que elaboró en sus trazos más gruesos Vicente Lombardo Toledano (y que más tarde delinearían otros como Reyes-Heroles), que sirvió de horizonte en los primeros años del triunfo revolucionario, cuando entre la destrucción de instituciones había más aires de fracaso que épica de renacimiento.
Cuando Lombardo escribió sobre los horizontes de transformación de la Revolución Mexicana, ninguna de las grandes transformaciones revolucionarias (la educación pública, por ejemplo) estaba próxima a realizarse. De no haber triunfado la agenda de los derechos, Lombardo habría quedado como un muy mal profeta —del mismo modo que, si al cabo de los años, la agenda de la Cuarta Transformación, sus gobiernos y sus organizaciones no cumplen en las pocas metas que han sido claramente anunciadas (el fin de la corrupción, un sistema de salud como los nórdicos o la consolidación de la democracia) tendrán que elaborarse explicaciones como las que han tenido que dar muchos partidos llamados socialistas y convertidos en neoliberales.
Cuando en España, por ejemplo, la prensa habla del “gobierno socialista”, se habla en realidad de que gobiernan militantes del partido socialista. Nadie se atrevería a decir que el socialismo se ha conseguido o se ha concretado, aunque el socialismo gobierne. Así, el gobierno de la Cuarta Transformación es uno donde gobiernan simpatizantes de esa idea y de ese movimiento encabezado, indiscutiblemente, por Andrés Manuel López Obrador. Dicho liderazgo y la idea de la Cuarta Transformación han metido en un brete a la izquierda mexicana. Primero, porque la idea no ha merecido discusión doctrinaria —de manera que se pueden meter en ella cualquier expectativa moral de la política. Segundo, porque solo hay un intérprete autorizado de la idea y tiene parámetros un tanto variables (por ejemplo, está muy mal casarse y exhibir el amor en público, pero los pecadillos administrativos de algunos funcionarios merecen pasarse por alto o ignorarse por completo). Como en los tiempos de Lombardo, casi no hay un desacuerdo sobre los propósitos de la transformación, pero no hemos discutido nada acerca de los medios. Esta falta de claridad sobre los medios ya ha dado, a medio sexenio, rectificaciones como la discreta emergencia del IMSS-Bienestar ante el Insabi, el doble cambio de estrategia de la compra y distribución de medicamentos, el mayor peso de los militares en la vida pública, todo sin discusión partidista. La izquierda (la que viene de la tradición socialista) está discretamente autoamordazada, para no hacer el juego a la derecha neoliberal. ¿Sirve eso de algo?