Este domingo ha tenido lugar el Consejo Nacional de Morena, cuyos puntos críticos eran acaso la generación de un comité de encuestas y el procesamiento de la sentencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación mediante la cual, al mismo tiempo, se reconoce la dirigencia encabezada por Alfonso Ramírez Cuéllar con una vigencia de cinco meses (enero-junio), el claro mandato que tiene (gestionar la elección de un nuevo dirigente) y la indicación de, ante la incapacidad del partido de procesar estatutariamente la sucesión de su dirigencia y para preservar el sistema democrático, elegir a los nuevos cargos dirigentes mediante encuesta. Ramírez Cuéllar, dirigente por acuerdo de la coalición de jefes políticos de distintas facciones —prohibidas en Morena, por cierto— tiene entonces poco espacio para dónde hacerse y básicamente dos opciones. La primera es trabajar para el club de jefes de facciones y aprovechar la crisis del ya muy golpeado partido para permanecer al frente. Eso colocaría a Morena no solo en desacato ante el tribunal, lo que podría implicar duras sanciones económicas y políticas, sino que profundizaría su espiral de decadencia. La segunda opción de Ramírez Cuéllar sería salir de la lógica de facciones, ofrecer piso parejo para las encuestas, gestionar un equipo técnico impecable para realizarlas, contratar empresas para hacer ejercicios espejo para auditarlas y promover la circulación de élites de la izquierda.
Hasta ahora el segundo escenario parece lejano. Primero, porque nadie deja el mando a otros grupos sociales o generacionales de pura buena onda. La docilidad , en vez de desalentarse, se aprovecha. Segundo, porque el Consejo, de hecho, quitó de la orden del día la creación del comité de encuestas, lo que no solo nos coloca lejos de establecer el detalle técnico, sino que mantiene la parálisis fundamental y mantiene al partido en desacato provisionalmente. Más aún: en el cronograma para cumplir con la sentencia, no se habla explícitamente de encuesta alguna. Entretanto, la sensación de olvido y desamparo se profundiza entre la militancia de los estados, a merced de grupos locales, sin guía organizativa, ideológica, programática, sin recursos para hacer organización popular. Ese desamparo desdemocratizador hace imposible una rebelión desde las bases —aunque aún puede pensarse en una rebelión con las bases y para las bases.
Más allá de la estructura de corrientes y facciones, del acelerado proceso de perredización, llama la atención que las disputas sean entre los mismos nombres de siempre, o de casi siempre —porque mientras hacíamos Morena, más de uno de quienes hoy gestionan el mando seguía en el PRD—. En estos años, quienes nacimos a la vida pública en este movimiento, antes y después de 2006, hemos visto, aprendido y trabajado. Tenemos, del primer Morena Jóvenes y Estudiantes, varios cuadros administrativos, legisladores, una alcaldesa y una secretaria de Estado. Pero, como generación y dispersos en diversos equipos políticos, seguimos sentados a la mesa de los niños, esperando que decidan todos los viejos que alguna vez tuvieron credencial perredista, buscando más la aceptación de la vieja izquierda y siguiendo sus modos, en lugar de tomar la iniciativa política.