La escuela pública mexicana es legado de la Revolución, transformado en el período neoliberal, en algunos casos de forma desastrosa, en otros no. Asumir, sin embargo, que quedó completamente transformada en otra cosa, que es un arma mellada del sistema capitalista, o del neoliberalismo, es un acercamiento que carece de rigor. Ese y “rescatar lo comunitario como horizonte de la educación básica” son los puntos de partida del esfuerzo de revisión de planes y programas de estudio encabezado por Marx Arriaga, en realidad un intento por rehacer la escuela pública mexicana desde un par de direcciones generales de la SEP.
El intento está destinado al fracaso porque no parte de la realidad, sino de un revoltijo teórico y una extraña comprensión de las Epistemologías del sur, pero puede tener un enorme efecto destructivo y sumar confusión a las comunidades escolares. Para empezar, su propuesta de Marco Curricular presenta un diagnóstico con datos ¡de la encuesta intercensal de 2015! cuando está disponible el censo de 2020 y lo realmente importante para la educación en México es lo que ha pasado entre 2020 y 2022. Esos datos no se tienen, no ha querido generarlos la SEP, no han colaborado los estados. Por otra parte, “rescatar lo comunitario como horizonte” de la educación básica, además de apartar a la escuela del centro de la educación, restando responsabilidad al estado, ignora la realidad material: que somos un país de vínculos rotos, de 50 mil homicidios dolosos cada año, de desaparición forzada cotidiana, de 5.4 millones de abusos sexuales infantiles al año.
Lo más escandaloso para un movimiento como el nuestro, que ha reclamado la desaparición de asignaturas como civismo es que, bajo el argumento de que el conocimiento se encuentra hoy fragmentado, se opte por desaparecer todas las asignaturas, incluidas historia, español, matemáticas, educación cívica. Tendríamos, en lugar de materias, campos formativos: 1. lenguajes; 2. saberes y pensamiento científico; 3. ética, naturaleza y sociedad; 4. de lo humano y lo comunitario. En teoría, ello permitiría integrar los saberes discutiendo temas. Pongo un ejemplo que no sé si me parece trágico o cómico de la propuesta de plan de estudios 2022 en su página 144: para tercero y cuarto grado de primaria se plantea en el eje de saberes y pensamiento científico una meta: conocer “el funcionamiento del sistema locomotor, digestivo y sexual del cuerpo humano y su relación con el cuidado de la salud, desde diversas culturas, con el apoyo de números naturales, fraccionarios, mediciones, manejo de datos e información”. Esto es lo quieren validar en asambleas poco concurridas donde se discuten generalidades.
Si la realidad importara, la dirección general de materiales debería estar pensando cómo será el programa para compensar el retraso de los niños que han llegado al tercer grado sin saber leer o escribir a causa de la pandemia, no intentando dinamitar y reinventar la escuela pública que, con datos viejos, imaginan que tenemos. La SEP, por su parte, debería ir en busca de todos aquellos que desertaron de primaria y secundaria, de los huérfanos, saber quiénes son, dónde están, cómo están, traerlos de vuelta a la escuela, regresar a los maestros a las aulas. Eso sería responsable y heroico ante una situación de emergencia, una acción positiva que influirá al país a lo largo de decenios.