Cuando digo que al presidente López Obrador le ha quedado chico su gabinete me refiero sobre todo a su propia lógica: es un hombre para el que lo importante son los encargos, no los cargos, y los encargos originales fueron fundamentalmente correctos para conseguir el objetivo de transformar a México.
De Carlos Urzúa vimos todos cómo, después de convencer al presidente de un diseño institucional para el Insabi que hacía a un lado al IMSS y de múltiples yerros, pasó a convertirse en un opositor, porque nunca coincidió con las políticas que debía concretar. Es el caso más extremo, pero hay muchos otros que han hecho lo mismo con menor intensidad o menos evidentemente: por falta de recursos, de capacidades de cualquier tipo, de pericia política o de disciplina para posponer sus aspiraciones personales, muchos cargos han sido incapaces de concretar con éxito los encargos a los que fueron llamados.
A más de uno de los coordinadores de programas de bienestar se les ha exhibido promoviendo, primero por lo alto y luego por lo bajo (después del regaño presidencial de octubre pasado) aspiraciones electorales; la secretaria de Gobernación ha dado mucho más que hablar por sus gotas mágicas para protegerse contra la Covid que por la instrumentación de la amnistía (una política importante, festejada por muchas personas, pero que ha venido a quedar en simulación); y lo mismo podría decirse de algunos encargos en la educación pública y en la fiscalía general, sin contar las dificultades para comprar y distribuir medicamentos. Se trata sólo de ejemplos. Y uno de los efectos, por otra parte normal y previsible, ha sido que se desplacen cada vez más encargos hacia personas o instituciones que han demostrado mayor confiabilidad. Así, Marcelo Ebrard ha ido adquiriendo cada vez más tareas de las más diversas índoles (su papel en la gestión de la pandemia ha sido creciente), Horacio Duarte ha pasado de gestionar Jóvenes Construyendo el Futuro a administrar las aduanas, y elementos provenientes de las Fuerzas Armadas se encargarán ahora de gestionarlas. Del mismo modo, sutilmente, a quienes han fallado con encargos fundamentales se les han retirado (y en esto destaca el caso de Rabindranath Salazar, removido de la labor de construir el Banco del Bienestar).
En el gobierno todo tiene que hacerse sobre la marcha. Por eso, la forma de proceder no es extraña. Pero tiene ciertas limitaciones. La primera de ellas es que no hay suficientes dirigentes con nivel de generales como para gobernar todos los aspectos que corresponden al poder federal. Los generales deberían estar bien distribuidos y tener a confiables administradores bajo su mando en áreas del gobierno para poder abarcarlo todo. La segunda limitación es que las decisiones modelan a las instituciones del futuro, y pueden generarse desbalances y desorden, como una secretaría de gobernación muy débil, o una secretaría de relaciones exteriores con encargos contraintuitivos. En ocasión de los cambios que por fuerza tendrá que haber en el gabinete una vez completado el primer tercio del sexenio, habrá también una oportunidad de reordenar y balancear encargos, porque hay detalles que moldearán las lindes del nuevo régimen.