Es una novedad en estos tiempos que lo importante se convierta en importante para la agenda pública, atascada de banalidades. La oposición quiso hacer de cualquier contingencia o yerro comunicacional presidencial un tema de relevancia para la estabilidad política del país, pero algunos de los no-temas fueron lanzados desde el gobierno, aunque la oposición los ha abrazado con tanta fuerza que parecerían también suyos, particularmente la rifa del avión —en principio una brillantez de comunicación política y después un atolladero publicitario que consumió tinta y espacio en un lugar en el que parecería que no hay ya nada que decir—. El tema de los feminicidios adquirió, finalmente, toda la relevancia que merece, que debió tener siempre, y quizá por ello el gobierno ha sido tan errático al responder ante él, acostumbrado como está a responder ataques infundados, noticias falsas, manipulaciones evidentes.
No es el único caso de los temas que, estando allí, observados y reivindicados por colectivos y activistas desde hace mucho tiempo, ha venido a tomar importancia que le fue negada. Hay otros, de larga trayectoria, que se han vuelto por fin centrales en la política nacional, como el desabasto de medicamentos, la necesidad de procesar por corrupción a ex presidentes de la República y tres o cuatro más que son persistentes. Una parte de esa nueva centralidad reside en el cambio de la relación de los medios con el gobierno: a la mayoría de los medios privados no les interesa cuidar a la 4T, sino al contrario, a diferencia de lo que sí pasaba cuando los gobiernos distribuían embute disfrazado de publicidad a cambio de lealtad en las líneas editoriales —en tiempos que muchos, irónicamente, han considerado brillantes para la libertad de expresión—. Otra parte reside en la credibilidad del gobierno: de Claudia Sheinbaum y de Andrés Manuel López Obrador se espera cierto actuar distinto, modos diferentes en la comunicación, otra sensibilidad ante todos estos temas. Una última parte reside, quizá, en que quienes mayor interés tenían en que los auténticos dolores sociales no se transformaran en demandas políticas —Zavala y Calderón, los cuadros de PRI y PAN, los comunicadores estrella del viejo régimen— han devenido promotores oportunistas de las causas justas.
Eso no le quita lo justo a la causa ni lo oportunista a los oportunistas, y hay que separar una cosa de otra. Cuando se abren las ventanas, uno no elige cuál es el aire que entrará, cuáles serán sus olores o su fuerza. No cabe duda de que el movimiento por la cuarta transformación abrió las ventanas, relegitimó el gobierno e hizo creíble su espíritu de cambio. Tan creíble, por ejemplo, que ahora las cabezas de instituciones como el INE o la UNAM salen a dar de alaridos por iniciativas de diputados que antes habrían pasado por el pleno sin pena, gloria, ni discusión. Los cambios, ahora, se ven posibles. De eso tiene que hacerse cargo el gobierno, porque las cosas que están en el espíritu del tiempo no son solo las que están en el programa político de Morena, ni las causas justas con las que cualquier demócrata podría convivir. Entre causas justas, oportunismo y banalidad habrá que construir nuevas certezas.