El 30 de noviembre de 1989, en el Hospital Zaragoza de Iztapalapa, nació Gibrán Ramírez Reyes, el segundo hijo del matrimonio de dos maestros.
La abuela materna cuidaba a sus nietos mientras los padres trabajaran doble turno. Los abuelos paternos, chontales, no han salido nunca de San Pedro Huamelula. Pero algo hizo muy bien esa familia: Gibrán está por terminar el doctorado en el Colmex; su hermano menor estudia el suyo, en Ciencias Atmosféricas, en Estados Unidos.
Su destino pudo haber sido mucho menos resplandeciente. Los niños fueron al preescolar y a la primaria en distintas escuelas del Cerro de la Estrella, pero Gibrán nunca se sintió a sus anchas: “Era raro; la mayoría de mis compañeros eran de escasos recursos, pero mi papá siempre creyó en la escuela pública y no hizo caso a sus amigos que le decían que me llevara al Madrid o al Bartolomé, a las escuelas de papás progres…”
Sin esforzarse demasiado, Gibrán siempre fue el mejor promedio. Quizá por eso no conserva amigos de la infancia. Su suerte fue otra; varios son adictos a las drogas; otros, papás adolescentes; apenas un par llegaron a la universidad.
Lo sacaron de la Secundaria 84 porque le dieron una golpiza que no pasó a mayores. Entró a la 145, en la Campestre Churubusco. Era menos bonita pero más pequeña, y sobre todo, más “fresa”. “Ahí sí la pasé mal porque me jodían mucho por el color de mi piel, y para mí ése no había sido un tema hasta entonces”.
−¿Guardas resentimientos?
−Creo que no. A veces hago comparaciones objetivas: me siguen en las tiendas, sobre todo si voy fachoso. Pero si el resentimiento es volver a sentir un agravio, puede ser que sí. Si el resentimiento es una sensibilidad exacerbada, puede ser que sí lo tenga.
Durante la campaña, Ramírez escribió un polémico texto en el que afirmó que Tatiana Clouthier debía su éxito a sus colores, el de su pelo, el de su piel.
-¿Todavía lo crees?
-Pienso que si Clara Brugada hubiera hecho lo mismo, de verdulera no la bajaban. Clara es una política brillante y articulada, pero no le está permitido jugar el rol de un personaje como el de Tatiana; es impensable porque el espacio público está estructurado estéticamente. Es un problema que se ha agravado. Compara a la selección nacional de antes con la de ahora; ésta es mucho más blanca.
Gibrán araña el metro setenta. Su cuerpo no era el más apto, pero en la secundaria, decidió bailar ballet. Dice que era su segunda vocación, después de veterinaria. Tiempo después entró a la Prepa 6.
Por aquellos días, hubo una fiesta en casa de su abuela. Gibrán Ramírez Reyes jugaba con sus hermanos y una prima chiquita. Aburridos entre adultos, los niños subieron a la segunda planta. De pronto, escucharon los ladridos de la perra, encerrada en la azotea. Estaba inquieta. Rascaba y aullaba sin cesar. En un instante, todos tosían. Una veladora del altar se había caído dentro de un cuarto. Los niños evitaron que se extendiera el fuego, pero la habitación quedó ahumada. Unos días después, la pintaron. En los periódicos con los que cubrían el piso, Gibrán encontraba cada día al mismo personaje: Andrés Manuel López Obrador. Era jefe de Gobierno del Distrito Federal.
Una vez que creó el hábito de leer los periódicos, se topó con la noticia de Paraje San Juan y sus consecuencias, y a partir de entonces Gibrán Ramírez se involucró en la política. Se informaba, asistía a las concentraciones a las que convocaba AMLO, tomaba clases de inglés y salía con su maestra, unos años mayor que él.
Por poco y lo echan de la Prepa 6. Hizo un par de números de un periódico estudiantil, Nuevas Ideas, que entre otras cosas denunciaba los abusos del profesorado. Su publicación causó malestar entre las autoridades de la preparatoria, que amenazaron con expulsarlo. Gibrán la libró e ingresó a la Facultad de Ciencias Políticas, por darle gusto a su padre. El conflicto no era nuevo; hubiera querido que su hijo estudiara en el Tec. Le preocupaba que anduviera en malos pasos. Gibrán se había dejado crecer demasiado el pelo y se había hecho siete perforaciones. “Al final, mi papá me convenció de que el CIDE era una escuela de tecnócratas, y como faltaba un año para entrar al Colmex, acabé en la UNAM”.
Poco a poco comenzó a hacer vida militante: formó brigadas de defensa del petróleo, participó marginalmente en la campaña de Pablo Gómez para jefe de Gobierno; involucró a su familia en la movilización postelectoral de 2006, aunque “no nos gustaba la idea”.
En 2011 construyó un comité de morenaje y se tituló con el mejor promedio de su generación. Fue asistente de investigación de Octavio Rodríguez Araujo, profesor emérito de la facultad. Juntos escribieron Poder y elecciones en México, que presentó Andrés Manuel López Obrador.
Ramírez quiso cursar el posgrado pero −cosas extrañas que suceden en la UNAM– rechazaron a quien apenas había sido condecorado con la medalla Gabino Barreda. Ahora está terminando su tesis doctoral sobre populismo, en el Colmex, bajo la dirección de Fernando Escalante.
Aunque es militante de Morena desde 2012, Ramírez Reyes no es tan bien visto por algunos de sus compañeros de partido: “Dicen que sólo hago política con textos. Me voy a brigadear a veces, pero es cierto que paso más tiempo escribiendo”.
Ha sido invitado para trabajar en el nuevo gobierno pero no ha tomado ninguna oferta. Está empeñado con apurar la tesis y terminarla antes de fin de año.