La distancia entre interpretaciones es tan grande que parece que estuviéramos viendo procesos completamente ajenos. El ejemplo más reciente es la conformación del consejo asesor empresarial de la entrante Presidencia de la República, integrado por notables miembros de la oligarquía y algunos de sus operadores. Para algunos —en el polo reaccionario— es sumisión, abyección empresarial ante el poder. Para otros, es la capitulación de AMLO frente a la mafia. En realidad es otra cosa, pero hace falta cambiar el lente.
Los nuevos consejeros tienen en común que son, digamos, parte del empresariado nacional dependiente del mercado interno. En los largos flujos de nuestra historia, hemos experimentado, por lo menos desde 1808, una lucha política entre los sectores de las élites económicas ligados al mercado interno y aquellos de vocación externa. Mientras la élite criolla de la lucha de Independencia respondía a los sectores asociados al mercado interno, los empeñados en mantener el poder colonial —españoles encabezados por Gabriel de Yermo— impusieron incluso un virrey para frenar los cambios. Un tiempo diferente fue la Reforma, cuando, tímidamente, intentó desarrollarse el mercado interno incluso importando población emprendedora. Pero el péndulo volvió a virar hacia las oligarquías que descansaban en el sector externo durante el Porfiriato, para regresar a un proyecto nacionalista fincado en las élites dependientes del mercado interno en la posrevolución mexicana. Esto duró hasta finales de la década de los 70, cuando comenzó a incubarse la dependencia financiera del exterior y la vuelta de un proyecto contrario.
El último de estos cambios fue descrito de modo didáctico y muy eficaz por Rolando Cordera y Carlos Tello en La disputa por la nación. El proyecto nacionalista de entonces “postulaba la necesidad de […] reformas económicas y sociales para lograr […] una efectiva integración económica nacional, una disminución sustancial de la desigualdad y la marginalidad prevalecientes […]. Frente a las manos invisibles del mercado, resultaban necesarias las manos visibles del Estado”.
Este proyecto nacionalista, moderado, es el que triunfó en julio pasado por una mayoría abrumadora y que ahora cuenta con el respaldo de casi 80 por ciento de la población según el GCE. Lo que analistas poco atentos ven como esquizofrenia se explica más bien así. No es incongruente López Obrador por cancelar la obra aeroportuaria de Texcoco y, después, formar un consejo asesor empresarial. De hecho, en Texcoco mismo, viendo más de cerca, se distingue que resultan más afectados aquellos ligados al sector externo y a la economía financiera. Mientras los contratistas —nacionales— salieron contentos de una reunión con el equipo de AMLO una vez que se les prometió que se pagaría la obra realizada y los gastos irrecuperables, algunos tenedores de bonos —mexicanos y extranjeros—, han declarado que emprenderán una batalla legal.
Si la tentativa de López Obrador de incluir a la élite empresarial dependiente del mercado interno triunfa, este sector, unido al respaldo popular hipermayoritario del gobierno entrante, formará parte del bloque histórico triunfante y los límites de su capacidad reformadora.