Debemos dejar atrás la historia de bronce. Ese exceso de atención en episodios supuestamente gloriosos y en figuras notables sin defectos aparentes. Debemos dejarla atrás porque la ciudadanía mexicana no requiere de la mitología del discurso oficial. Hoy, debemos reconocer en Benito Juárez las características políticas que lo llevaron a ser un gobernador represor y también un presidente que salvaguardó la soberanía nacional y el régimen liberal.
Debemos hablar de Juárez por sus claroscuros y situado en su realidad política. Eso nos permitirá ver al país de hoy con ojos distintos, realistas, con matices y sin polarización. Hablemos de su perpetuación en el poder que llevó al mixteco Porfirio Díaz a la rebelión de La Noria, señalando a la cámara cortesana, obsequiosa y resuelta a seguir siempre los impulsos del ejecutivo y denunciando la reelección indefinida, forzosa y violenta del mismo.
También hablemos de la desamortización impulsada por los liberales con la que despojaron de tierras a la iglesia, sí, pero también privatizaron los territorios de las repúblicas de indios. El paralelismo con el presente es claro: mientras en el discurso se habla del reconocimiento de los pueblos indígenas, en la realidad sigue el despojo de sus territorios y el desplazamiento forzado. Ahí tienen a Oaxaca con Salomón Jara y el legado de Rutilio Escandón en Chiapas.
Por otra parte, reivindiquemos al Juárez a quien le importaba la ley y su cumplimiento, pero con un agudo sentido político de realidad. Así, recordamos, como señala Fernando Escalante, el episodio de 1866, cuando Ramón Corona toma Mazatlán y pide instrucciones a Juárez en la aplicación de la ley para castigar los delitos contra la nación que había promulgado con motivo de la intervención francesa, pues ahí, en Mazatlán, la mayoría había colaborado con los franceses.
A ello, Juárez respondió que si bien era necesario que la ley se cumpliera en el restablecimiento de la moralidad del país, se autorizaba que esa ley no fuera general y sólo aplicara en casos específicos. Con su notable claridad política, Juárez sabía que era necesario castigar a quienes habían incitado y apoyado la traición, pero también tenía claro que debía perdonar y transigir, porque era necesario gobernar a la sociedad tal y como era. Juárez sabía que no podía fusilar a todos, buscaba el camino óptimo porque sabía que era tan importante era ganar la guerra como conseguir la paz. Juárez hoy impulsaría un proceso de justicia transicional.
Hoy, debemos recuperar lo mejor de Juárez. Un Juárez menos de bronce, más humano y más político. Al hacerlo reivindicaremos el oficio de la política. Recuperemos al Juárez antimilitarista, quien después de la amenaza extranjera y restablecida la república, redujo el número de efectivos del ejército, consciente de los peligros de la influencia de los militares triunfantes que se creían con el derecho a gobernar el destino de México. Recuperemos al Juárez progresista, al que nos indicó el camino hacia una república democrática y liberal, que perdemos en este tiempo en territorios e instituciones de nuestro país.