Hemos llegado a mitad del camino. Dentro de tres años y 25 días, López Obrador entregará la banda presidencial a quien las urnas elijan como sucesor (siempre y cuando, él lo ha dicho, triunfe en el referéndum de revocación de mandato que se llevará a cabo el primer trimestre de 2022). En este punto, debe coincidirse con el Presidente y su libro en que hay dimensiones en las que la transformación de México es ya irrevocable.
Política. México ha pasado de un tripartidismo a dividirse en dos grandes bloques partidistas que representan, a su vez, dos bloques de pensamiento.
Cognitiva. Si triunfó Morena de manera arrolladora en 2021, incluso donde se postuló a candidatos impresentables, esto se debe más a la decisión del pueblo de México de caminar hacia un cambio que al entusiasmo coyuntural que Morena, nuestro mal dirigido vehículo partidista, pueda suscitar el día de hoy. Hay, como en las revoluciones, masivos procesos deliberativos públicos, rebeldía de los sectores antes oprimidos (aun frente al gobierno que ha decidido cesar la represión cotidiana), reacción y reformulación de los sectores antes dominantes —que ante la falta de ideas, han tenido que mirar hacia las formaciones más pedestres y salvajes de la ultraderecha española—; todos estos procesos habrán de reflejarse en la arena institucional eventualmente.
Normativa. Algunos de los cambios, aun si no se han instrumentado correctamente, no podrán echarse atrás a menos de que la reacción tenga en el mediano plazo una mayoría. Si la consigue absoluta, podrá modificar mínimamente su curso, y podrá desterrar los cambios hasta que la consiga constitucional. Los principales cambios en este plano han sido la derogación de la evaluación que castigaba profesores, la prohibición de la subcontratación, las reformas a las leyes de hidrocarburos y de la industria eléctrica, la creación de la guardia nacional y, sobre todo, la institución de los derechos sociales en el artículo cuarto constitucional. Algunos cambios fallidos, como la institución del INSABI, se corregirán en la segunda mitad del mandato de López Obrador (para privilegiar el IMSS-Bienestar), según señala en su libro.
Operativa. En los cambios de régimen, sobre todo en los que son revolucionarios, es esta dimensión la que toma más tiempo en asentarse —y en este proceso esa no ha sido la excepción. En la inmediatez del triunfo se hace presente el festín de oportunistas y de quienes creen merecer parte de un botín por estar del lado del bando triunfador. Eso sucedió, por ejemplo, con varios generales de la Revolución Mexicana, algunos de los cuales incluso utilizaron el poder ahí acumulado para establecer cacicazgos que los protegieran del poder revolucionario instituido. No advirtieron, sino hasta bien entrado el siglo XX, que la legitimidad a la que contribuyeron, así fuera repitiendo de dientes para afuera el discurso de la revolución mexicana, terminaría por sepultar políticamente a algunos de ellos y disciplinar a algunos más. Será el destino que espere a quienes en todo el territorio nacional se esconden detrás de la figura de López Obrador para agitar banderas de Morena mientras mienten, roban y traicionan a la gente.