La chacalada de Lorenzo Córdova hizo que un partido metapolítico —parasitario del viejo orden del PRI-PAN-PRD— saliera del clóset y con ello mostrara algo de la política real del orden de la transición. Versión fifí de político marrullero de cabildo, Córdova manipuló los tiempos de una votación y dilapidó la credibilidad que tuvo, sacó el cobre y utilizó el mismo razonamiento que Evo Morales esgrimió para su reelección —como el INE no es ya el IFE, la segunda reelección es primera—, dañando el prestigio sin mancha de Edmundo Jacobo, el secretario ejecutivo. Y ambas cosas son igual de válidas, pero una es más democrática que otra, porque implica la validación del pueblo. Si Morales hizo una chacalada sancionada por los votos, Córdova hizo una chacalada sancionada por sus polainas.
Fue una defensa de grupos que se construyeron así: la pobre explicación de procesos sociales, la reducción de la teoría democrática al institucionalismo más obtuso no fue pura pasión por el saber, por saber cada vez más de cada vez menos. 1) Se escribieron libros para explicar el cambio político en clave formal. 2) Hubo una serie de académicos que defendió con pasión su utilidad, en principio porque creyeron en dicho cambio, y después porque esas ideas se materializaron en instituciones académicas, plazas de investigación en universidades, posiciones de poder. 3) Esas ideas se volvieron también INE, institutos electorales locales, institutos de acceso a la información, comisiones de derechos humanos. 4) Dichas instituciones, a su vez, requirieron de personal capacitado para dirigirlas: una élite universitaria con carreras y discursos ad hoc comenzó a vivir de ellas y para ellas. Círculos de amigos danzando por cargos y destinos que se consolidaron como grupos de poder en busca de más: algo muy parecido a partidos políticos.
Digo partidos metapolíticos porque no pasan por el engorroso expediente de hacer campaña o conseguir votos. Su grilla se hace en restaurantes, y se caracterizan por orbitar burocracias partidistas a las que venden su prestigio. No son políticos —lo repiten constantemente—, pero son grillos que viven pegados a la política, a los que les gusta el poder y su usufructo, pero no asumen la lucha ni los costos que su búsqueda conlleva. Vivieron, y creyeron que así iban a morir, con prestigio de académicos rigurosos, con poder de políticos triunfantes, con salarios de empresarios prósperos —pero sin producir conocimiento socialmente útil, orden social justo o riqueza. Campeones de la neutralidad, han pasado a revelarse como un partido aristocrático que organiza elecciones, pero que piensa que ese mecanismo le viene guango a su autonomía y virtud. Córdova lo dijo con todas sus letras: adelantó la elección de Jacobo para que no influyeran en ella los nuevos consejeros; es decir, para que el manejo de dinero y logística estuviera lejos de los perfiles decididos por los diputados, los representantes del pueblo. Se trataba de escapar a la nueva correlación democrática de fuerzas, a los acuerdos a que lleguen los representantes de la soberanía popular. Había que verlo: “demócratas” cuya confiabilidad depende de no tener ningún lazo con su ciudadanía y su voluntad.