Los partidos políticos son feos, pero su correcta existencia debe procurarse. Quizá no se ha encontrado una mejor forma de organización política en la modernidad, después de superarse los principios de legitimidad y sucesión monárquicos. Lo que vemos en Ecuador, por poner el ejemplo más a la mano, responde a la baja capacidad de institucionalizar la sucesión y la disputa política en un pretendido nuevo régimen por medio de partidos y otras instituciones mediadoras.
Es una buena advertencia para pensar el proceso de transformación en México y la deriva de Morena y la cuarta transformación. Me explico. Si Lenín Moreno pudo dar vuelta atrás tan fácilmente a la Revolución Ciudadana es porque no había diques institucionales que hicieran menos probable y más costoso revertir el rumbo del gobierno ecuatoriano. Y, en la presente crisis de ese país, se muestra que tampoco quedó sembrada en la sociedad una organización capaz de disputar y asumir las tareas del Estado en un escenario así. Una vez exiliado el líder, el cuerpo político perdió su forma, y todo lo que queda son energías populares libres, desorganizadas, contradictorias. En ese río revuelto siempre tienden a ganar los poderes económicos, organizados permanentemente.
Si lo del cambio de régimen en México es en serio —y yo creo que lo es— debe ponerse atención no solamente en la transformación del gobierno y la administración pública, sino también a la del sistema de partidos y su relación con la sociedad. Este fin de semana, una parte de Morena demostró no estar a la altura del reto que eso implica, y que no puede plantearse reformular el sistema de partidos si el partido en el gobierno mismo no puede resolver el problema de la sucesión en la dirigencia y las disputas por el poder en su seno. En las asambleas distritales llevadas a cabo el sábado, la primera parte de un proceso que culmina con la renovación de la dirigencia nacional, más de un tercio tuvo que ser cancelado por dificultades, que en algunos casos fueron violentas. Sucedió principalmente en Jalisco, pero también en otros estados y el resultado es que el conjunto del proceso está ahora viciado.
El Presidente de la República reiteró hace pocas semanas su advertencia a la burocracia de Morena: si el partido se echa a perder, renunciaría. Estas asambleas, después de que buena parte de Morena eligió desoír la sugerencia de López Obrador de hacer una encuesta para resolver el asunto de la dirigencia —y así despresurizar el proceso—, son el primer signo de perredización, un espectáculo vergonzante que tiene como resultado irremediable la derrota. Quienes reventaron las asambleas piensan en 2021, no en la Cuarta Transformación de la vida pública de México, en su institucionalización o su viabilidad futura. Y apostar por el futuro inmediato, por la inercia burocrática sin implantación social y eludir resolver los acontecimientos del sábado y domingo incluso fincando responsabilidades, es la receta perfecta para seguir caminando hacia un partido poco serio. El peor de los escenarios es el espejo ecuatoriano: una sucesión incierta, un líder ausente y un bloque social desorganizado. Es un futuro posible. Y árbol que crece torcido…