La mitad del problema boliviano, es decir del golpe de Estado ante la menor muestra de debilidad, se explica por el odio al indio y por el crecimiento de una clase media que quería asimilarse a la oligarquía en ciertos aspectos, que se radicalizó y que ha hecho el papel de comparsa de los sectores empresariales golpistas, como explica Álvaro García Linera. El resorte racista goza de salud en nuestra América —como puede verse en la forma en que la llegada del presidente indígena Evo Morales inflamó lo ánimos racistas de la derecha mexicana—. Pero la otra mitad responde a un problema puramente político: el de la sucesión.
Los detractores del presidente Morales han hablado del problema de “aferrarse al poder”, que es, en efecto, uno de teoría política, que corresponde a los tiranos o a los oligarcas pues, como en lugar de gobernar para el bien común lo hacen para sí mismos, dejar el gobierno implica necesariamente dejar un flujo de riquezas y privilegios que de otro modo no tendrían. No es el caso del presidente Morales, quien no gobernó en beneficio propio ni de amigos con negocios, aunque las noticias falsas le inventen diariamente cuentas de banco. Las imágenes de su casa saqueada son elocuentes: apenas las de un hogar clasemediero que, sin embargo, resultan para algunos agraviantes por no corresponder a lo que se espera de un indio según nuestras clases medias aspiracionales. Y para mantener ese nivel de vida no hacía falta permanecer en la Presidencia. Si hubiera dejado el poder antes, Evo Morales no solo sería reconocido como el mejor presidente de la historia de Bolivia, sino que se le pagaría cientos de miles de dólares para dar conferencias o asesorías, podría ocupar cargos internacionales o vivir de libros firmados por él, de modo que la motivación es claramente otra. Tampoco sería la gloria, igualmente garantizada si se retirase, que es una ambición común entre líderes de ese tamaño, reformadores radicales y revolucionarios, cuando no los mueven las mieles del poder terrenal.
Pero si no es la gloria ni las riquezas, ¿de qué otro modo puede explicarse que se hayan impugnado las disposiciones sobre reelección después del referendo para que Evo se presentara? A la responsabilidad ante la la falta de formación de cuadros de primer nivel, quizá porque muchos de ellos deben forjarse en la lucha, pero también por la indisposición de movimientos que, por crecer siendo oposición, miran como antinatural la labor de construir liderazgos pensados para el ejercicio y ya no la disputa del poder. Es un problema que no tienen los procesos políticos inerciales a la naturaleza capitalista del Estado, porque sus cuadros los forman las universidades de modo masivo.
El talón de Aquiles del giro a la izquierda fue la sucesión —y es el mismo que el de la formación política. No la transitó correctamente Hugo Chávez ni Evo Morales, que optaron por su autoridad personal para sostener los procesos. No la transitaron bien Rafael Correa y Luiz Inácio Lula da Silva, cuyos regímenes de transformación sucumbieron en un caso a la traición y en el otro a un uso faccioso del Poder Judicial. Solo en Argentina el problema parece enfrentarse de otra manera.