Instalados en la fantasía de sus juicios prefabricados, parecen vivir otro México. En ese país, el de los señores y señoras del establishment intelectual, se habla (según llora Vargas Llosa en El País este domingo) de una estructura personal y permanente que permitirá a López Obrador gobernar más allá de su mandato y ha deteriorado ya, en seis meses y de modo irreversible, la democracia mexicana. (¿De qué estaría hecha la pobre?)
López Obrador domina, dicen, haciendo “una conferencia de prensa en la que los periodistas presentes suelen ser más obsecuentes que independientes”, y controla los medios sin censurar directamente porque, seguramente, el gobierno le llama a anunciantes empresariales para que disminuyan sus aportaciones a los diarios críticos y, entonces, los directivos de medios suspenden las críticas “o corren el riesgo de quebrar”. No importa que a las conferencias pueda entrar hasta Jorge Ramos: si la realidad no coincide con los prejuicios de Vargas Llosa y sus amigos, eso debe explicarse por fuerzas oscuras y secretas conspiraciones que son, además, imposibles de documentar (para eso son secretas).
Las fantasías brotan al mínimo estímulo: un fotomontaje, por ejemplo. Dos politólogos —que ya no pueden disimular que hablan sus prejuicios y no algún juicio sosegado e informado— José Antonio Crespo y Denise Dresser, difundieron una imagen de una carta en que un funcionario de Morena llamaría a utilizar recursos del gobierno para favorecer a sus candidatos. Así: por escrito. Solo que el documento estaba fechado en un día y sellado de recibido días antes, o sea que venía del futuro con evidentes marcas de manipulación. Sin observar, dictaminaron: clientelismo, patrimonialismo, manipulación.
Tengo una hipótesis: sus marcos teóricos son de los años 80 y 90 y los usan por reflejo. No saben qué decir ante un gobierno mayoritario con la legitimidad de los votos. Como esto nunca se había visto en México —y como la mayoría de los intelectuales tiene poco tiempo para leer y reflexionar— recurren, es normal, a las únicas explicaciones que ya conocen, que ya articularon, las que les dieron un lugar en la vida pública hace muchos años. Hablan de control de medios, aun cuando la mayoría de los opinadores no son ya leales al gobierno sino al contrario. Observan clientelismo, cuando es requisito para eso que las políticas sociales no sean universales y se condicionen —al contrario de hoy.
Detectan la vuelta a presidencias imperiales ahí donde se ha recortado en más de 90 por ciento la oficina del Ejecutivo y donde no se cuenta ya ni con grandes coordinaciones de asesores, partidas presupuestales secretas o estado mayor presidencial. Piensan en la construcción de un régimen autoritario de partido hegemónico allí donde hay una presidencia que no solo no orienta a su partido —como en las democracias normales— sino que ni siquiera le hace caso, aunque surjan en él conflictos como el que se vio en tiempos preelectorales en Tijuana o Puebla. Y eso no le sirve a nadie. La derecha derrotada necesita intelectuales que le marquen rumbo y le ayuden a entender al país, no agoreros del fin del mundo. Entretanto, el lopezobradorismo sigue ganando, como siempre.