Una conversación rota

Gauri Marín escribió ayer en MILENIO que la conversación pública está rota. Trágicamente, casi irremediablemente rota. El uso de categorías de análisis se subordina a las militancias de la manera más simple —un tono impuesto por el Twitter— y la censura se reivindica a contentillo, como hicieron muchos con la decisión corporativa de suspender la transmisión del mensaje de Trump.

Parte de esa rotura está contenida en la organización de la vida pública a la manera de compartimentos estancos como si fueran corrales. Desde su corral, cada actor cuida su tipo de prestigio y consigue que los demás lo critiquen un poco menos, llevando así la fiesta en paz, atrayendo poca crítica y, por tanto, devaluando la vida pública. Esos compartimentos son la base de la hipocresía de nuestra conversación, que sirvió algunos decenios para la convivencia pacífica de los notables, pero que también detuvo el avance del flujo de ideas. 

Creo que actualmente hay ocho estancos: está el corral de los intelectuales públicos, que buscan influir en la opinión publicada y marcar horizonte para políticos sin ideas propias mientras gestionan famas personales; es distinto al de los profesores y académicos universitarios de tiempo completo, quienes dicen repudiar la fama de columnistas y comentaristas (a menudo porque no son incluidos en los circuitos de la opinión publicada) porque buscan otro tipo de reconocimiento —de las jerarquías universitarias y de sus pares—, que hacen libros que pocas veces son leídos y artículos para revistas arbitradas, muchos irrelevantes para la conversación pública, más bien hechos para tener puntos en el SNI y continentes de recomendaciones de política pública alejadas de las realidades políticas y económicas mexicanas. Ambos son diferentes al corral de los políticos profesionales, operadores pragmáticos que consumen ideas de segunda mano que les trasladan asesores, que a veces escuchan a intelectuales públicos (en el nuevo régimen menos), pero se dedican primordialmente a conseguir y ejercer posiciones de poder que implican presupuesto público, principalmente cargos electivos mediante la defensa de una bandera política. Aparte está el de los funcionarios públicos, cuya deontología implica para nuestra conversación una pretensión de neutralidad política, dedicación exclusiva y separación de la opinión personal sobre los asuntos públicos. Por otro lado está el estanco de los periodistas, que aunque es cercano al de los intelectuales pretende, a diferencia suya, oponerse sistemáticamente al poder y hacer crítica con toda la imparcialidad, incluso neutralidad, de que sean capaces; se trata, desde luego, de un compartimento distinto al de los activistas y el de los militantes de partido, que se comprometen ora con una causa, ora con una identidad, y subordinan los términos de la discusión, la información disponible, los esquemas teóricos y la acción política, a la persona, la causa, o identidad con que militan. Y está finalmente el de la comunicación nativa digital, políticamente comprometido, cercano a la militancia, pero con una dinámica distinta, un espacio que ocupan principalmente youtubers. En casi cada estanco se pretende que no se hace política para no hacerse responsables de sus palabras.

Me dedico al arte y ciencia de la política. El trabajo todo lo vence. Autor de Vida y muerte del populismo (UAS-El Regreso del Bisonte, 2024).