Andrés Manuel López Obrador logró lo que ningún otro presidente: empezó su mandato con un práctico consenso nacional después de sacudir la correlación de fuerzas políticas. Si bien llegó a la Presidencia de la República con más de 30 millones de votos, al inicio de su mandato rozó la aprobación de 90 por ciento de los ciudadanos: la voluntad de cambio era transparente y había un indudable voto de confianza.
En enero de 2019, el promedio hecho por Oraculus de las encuestas levantadas le daba un 80 por ciento de aprobación y solamente un 14 por ciento de desaprobación. La hipótesis de la polarización no era sólo impertinente, sino que sonaba deschavetada. La circunstancia actual es muy diferente y, si bien el apoyo popular de López Obrador es todavía importante, se está arando el terreno para que la polarización se concrete.
En la encuesta más reciente de Alejandro Moreno para El Financiero, una de las más confiables del país, se registra una pérdida de apoyo notable en los últimos meses. La aprobación del presidente sería de 54 por ciento en febrero, mientras la desaprobación habría crecido a 43 por ciento. De una aprobación inusitada que demostró un voto de confianza para cambiar el régimen al inicio del sexenio, pasamos a una similar a la que tuvieron en el mismo punto de sus mandatos Felipe Calderón, Ernesto Zedillo o Vicente Fox.
Quedan algo más de dos años con seis meses del gobierno actual. Tres meses menos de eso falta para el día de la elección presidencial y el proceso electoral empezará en septiembre de 2023, o sea que dentro de poco más de un año y medio todos los poderes entrarán a otra lógica y dinámica. Año y medio antes de entrar plena y legalmente a la sucesión presidencial, que políticamente ya está echada a andar. Los cambios que pueden generarse en el país, debido a esta circunstancia temporal y a la crisis económica ocasionada en todo el mundo por el covid-19 hacen pensar que estamos ante el final del delineamiento del legado de la llamada cuarta transformación de la vida pública de México. Eso mismo ha manifestado López Obrador al decir que ya podría declarar su misión cumplida. Lo que queda al frente es escoger cómo va a cerrarse el sexenio y, mientras más se acerque el 2024, crecerán los golpes bajo la mesa y se hará plena difusión de los escándalos que se hayan acumulado y que hoy mencionan a Gertz o Scherer, o el presunto financiamiento ilícito de Morena.
Hay solamente dos opciones para afrontar ese complejo escenario: la autocrítica y la corrección de aquello que esté costando simpatías, o bien, el endurecimiento del discurso, la desaprobación a quienes desaprueban la gestión, seguir perdiendo simpatías. La oposición, sin embargo, no debe echar campanas al vuelo. La división de opiniones no reside en que la mitad de la población apoye a AMLO y la mitad a ellos. Si bien es claro que el gobierno pierde apoyo popular para su discurso épico, no es claro que los adversarios del obradorismo estén ganando ese terreno. Muchos de quienes pierden entusiasmo firmarían también su rechazo a volver al régimen anterior (lo cual es, por otra parte, imposible) y no se identifican con el neoliberalismo: son la parte desencantada del sector social que impulsó por años el triunfo de Morena.