Escribo esto a propósito de la intervención de Lorenzo Córdova en un congreso de ciencia política; una intervención lamentable, que dio cuenta no solo de que Córdova tiene una idea torcida de la democracia, sino de sus precarias opiniones acerca del populismo y, sobre todo, de Jean-Jacques Rousseau, a quien hizo decir exactamente lo opuesto a lo que dice sobre el concepto de voluntad general —eso, sin hablar de su uso del español.
Para consuelo nuestro, Córdova no es una excepción mexicana, sino parte de un coro mundial de académicos ideologizados que ha tendido a invisibilizar lo mejor del pensamiento político en el mundo, reduciéndolo a los márgenes.
Sobre populismo, la teoría política había avanzado mucho hasta 2016, lenta pero certeramente, y este avance se detuvo en seco. La victoria de Trump hizo que se inflamara el nervio ideológico de la ciencia política estadunidense y la discusión cambiara los términos más serenos que iba adquiriendo, así como la pluralidad de voces, porque la discusión volvió a centrarse en Estados Unidos y a leerse con las claves de la subdisciplina académica de american politics, un lente pobrísimo de la ciencia política que a veces se utiliza para leer el mundo. La producción editorial sobre la victoria de Trump, asimismo, sirvió para configurar las anteojeras con que se leería el triunfo de López Obrador y su gobierno (en esto fue notable cómo se recibió en México en How democracies die, probablemente el más flojo de los libros firmados por Steven Levitsky, que Denise Dresser tuvo a bien regalarme durante una transmisión televisiva). Hubo, sin embargo, muchos más, no porque supiéramos repentinamente más del populismo sino porque el mercado y el star system de opinadores políticos así lo demandó. Se publicaron, con amplia difusión, La explosión populista, de John B. Judis (2016), ¿Qué es el populismo? de Jan-Werner Müller (2016), Del fascismo al populismo de Federico Finchelstein (2017), Populismos, de Vallespín y Bascuñán (2017), El pueblo contra la democracia, de Yascha Mounk (2018), Así termina la democracia, de David Runciman (2019).
El populismo quedó entonces definido, tallado en piedra, como una patología o desfiguración de la democracia, dejando de lado la mayor parte del trabajo empírico que se ha hecho hasta nuestros días. No quiero abundar en ese fárrago teórico, propicio para publicarse y estudiarse en otros sitios, pero en mi opinión hubo un retroceso en el entendimiento del fenómeno debido a que la producción editorial sobre el tema se masificó, entrando autores taquilleros a dar su punto de vista sobre él sin haberlo, necesariamente, investigado a profundidad. Los mejores trabajos siguieron relegados en el mismo sitio de antes, porque no tenían la misma utilidad ideológica para la batalla política. Me pregunto cómo saldrá la teoría política de este tremendismo después del triunfo de Joe Biden. Hablarán de cómo revivir la democracia, del pueblo al rescate de la democracia que antes mató, de cómo la democracia reinicia, y darán lecciones a otros países, marcadamente latinoamericanos y de Europa del este, sobre cómo salir del hoyo populista. Eso quizá, pero habrán entendido tan poco ahora como entonces.