Para no pocos, la pandemia ha sido causa justificada de cancelación del debate público y de la actividad política, como si fuera indecente hacer y pensar sobre otras cosas mientras muere mucha gente, lo que no deja de llamar la atención porque moría también mucha gente en la vieja normalidad.
Lo mismo pasa en diversos ámbitos, pero la quietud comienza a desbordarse. Esta suspensión relativa de la marcha del mundo, una realidad para un gran sector de la clase trabajadora en la economía formal y, particularmente, para las clases medias en el mundo, aunada a las complicaciones de la economía mundial y al ascenso de las incertidumbres, tiene consecuencias psíquicas que tarde o temprano estallarán en diversas modalidades de movimientos sociales.
Como Ariel Rodríguez Kuri, el primero en México en razonar públicamente sobre ese tipo de efectos de la pandemia, “ignoro si en toda la historia humana tantas personas han estado tan preocupadas, al grado de la obsesión y la psicosis, por una misma causa y en sincronía inaudita. Hay un exceso de energía concentrada en un solo punto y en un instante colectivo (como en las cadenas de oración, pero ahora sí en serio). Este es un hecho distintivo de nuestra circunstancia, en el cual se entreveran angustias tales (la vida, el trabajo, la convivencia, el futuro) que su arte combinatoria debe acabar en un constructo inédito, potente, prometedor y ominoso”, quizá carnavalesco, con el riesgo de que sea otra cosa.
Hasta ahora, el tono carnavalesco ha aparecido en lugares como Argentina, en el baile pequeño, pero famoso, al pie del balcón del DJ Pato Zambrano en Recoleta, Buenos Aires, o quizá en la protesta de novias en Roma, ambas muy pequeñas y localizadas. Mientras tanto, la mayor parte de las manifestaciones de estallido, que aun no son masivas en todo el mundo, tienen un tono diferente, que es de preocupar, que seguramente tiene que ver con configuraciones locales de dolores y formas de expresión política. En Bayona, Philippe Monguillot fue asesinado después de pedir a cuatro pasajeros que se pusieran el cubrebocas antes de abordar la unidad de transporte que conducía. En Serbia, las protestas contra las restricciones gubernamentales se radicalizaron, al punto de intentar entrar a la Asamblea Nacional, lo que derivó en decenas de policías heridos y manifestantes detenidos. En Israel, en diversas protestas, hubo también enfrentamiento con la policía, y una serie de reclamos del más diverso tipo, desde las restricciones físicas hasta la falta de apoyo económico. (Recuérdese también las protestas en Estados Unidos en ocasión del asesinato de George Floyd). Se trata solo de ejemplos, que pueden sumarse a otros, como Kenia, y muchos que seguramente no aparecen en la prensa internacional, que condensan elementos étnicos, religiosos, económicos y políticos, en la potencia de las tensiones acumuladas de las que habla Rodríguez Kuri. Seguramente, las sociedades estallarán en una mezcla de carnaval y revuelta, con una fuerza que, de no encauzarse, contribuirá más al proceso de disolución de la cohesión social que a la rebeldía creativa que dé lugar a un nuevo horizonte. La crisis de cambio de época se alarga, se agudiza.