Sobre el aumento de la infelicidad
México ha sido tradicionalmente un país cuya población tiende a ser feliz. Cuando Andrés Manuel López Obrador era jefe de gobierno del Distrito Federal, por ejemplo, sus opositores le reprochaban que presumiera un ranking en el que la capital del país aparecía como una de las ciudades más felices en un comparativo internacional. La medición les parecía poco seria y, a tono con el individualismo de la teoría neoliberal, señalaban que se trataba de una condición subjetiva, no objetiva. Quizá de ese recuerdo le vino la idea de fabricar indicadores distintos al producto interno bruto para dar cuenta del estado del país, de medir la felicidad, un planteamiento que al parecer no se concretó en una propuesta gubernamental.