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Sobre el aumento de la infelicidad

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México ha sido tradicionalmente un país cuya población tiende a ser feliz. Cuando Andrés Manuel López Obrador era jefe de gobierno del Distrito Federal, por ejemplo, sus opositores le reprochaban que presumiera un ranking en el que la capital del país aparecía como una de las ciudades más felices en un comparativo internacional. La medición les parecía poco seria y, a tono con el individualismo de la teoría neoliberal, señalaban que se trataba de una condición subjetiva, no objetiva. Quizá de ese recuerdo le vino la idea de fabricar indicadores distintos al producto interno bruto para dar cuenta del estado del país, de medir la felicidad, un planteamiento que al parecer no se concretó en una propuesta gubernamental.

El Estado y el asesinato de periodistas

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Armando Linares, periodista recientemente asesinado, había señalado directamente al alcalde de Zitácuaro, Juan Antonio Ixtláhuac, del PRI, de amenazarlo sobre atentar contra su vida y la de Roberto Toledo; por el asesinato de Heber López, en Salina Cruz, se detuvo al hermano de una ex agente municipal emanada de Morena; Lourdes Maldonado denunció a Jaime Bonilla —ex gobernador de Baja California— ante el Presidente de la República y fue asesinada un día antes de que se tuviera que requisar una empresa que era propiedad de él.

Desaprobación y tiempo

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Andrés Manuel López Obrador logró lo que ningún otro presidente: empezó su mandato con un práctico consenso nacional después de sacudir la correlación de fuerzas políticas. Si bien llegó a la Presidencia de la República con más de 30 millones de votos, al inicio de su mandato rozó la aprobación de 90 por ciento de los ciudadanos: la voluntad de cambio era transparente y había un indudable voto de confianza.

No son solo ‘barras bravas’

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Desde siempre, las élites contratan grupos precarizados y marginales, que ocupan un lugar intermedio entre las actividades legales e ilegales, para utilizar su fuerza física en situaciones determinadas. Las directivas de equipos de futbol los utilizan para abultar la venta de boletajes (para beneficiarse de patrocinadores y quizá para lavar dinero); grupos partidistas, para concertar acarreos hacia mítines políticos, activismo de campañas, o bien, para la intimidación de adversarios, para vetar su entrada a territorios por la fuerza; grupos de poder universitario, para reprimir el activismo estudiantil.

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