Es extraño, pero el alarido, casi consensual, sobre las acciones del gobierno de la República revela a una misma vez la vacuidad del debate público, la crisis de las ciencias sociales, y, desde luego, la falta de entendimiento de la estructura, del esqueleto del Estado mexicano y su relación con los poderes de hecho. Cristaliza, por su complejidad, la decadencia de la vida pública de México. Hay que ir por partes (y así lo haré en una serie de artículos).
Lo primero es la vacuidad del debate público. En todos lados, casi en todos los medios de comunicación, se ofrece análisis político. Y no lo hay: hay militancia pura, digamos que fabricada mucho antes, que deriva entonces de un análisis muy anterior y muy pobre. Tomo mi parte: como todos, voy a hacer militancia a debates de medios de comunicación, excepto en De buena fe, donde se aprecia el matiz y la profundidad. Lo hago, en parte, porque debo defender un proyecto democrático de quienes lo descalifican sin entenderlo, con facilismo, que son mayoría en la opinión publicada nacional, al contrario de lo que sucede en la opinión pública. Hay, entonces, que explicar y combatir.
No parece —por la estructura misma del sistema de prestigios de la conversación pública y por una serie de cosas que no es el momento de explicar— que la buena fe vaya a estructurar el debate público como en los tiempos del gran consenso de la transición, de manera que los analistas, militantes siempre de sus valores, puedan hacerlo con baja intensidad por compartir un suelo común —un cierto consenso en los trazos gruesos del análisis—. Así que seguiremos algún tiempo en este tono. Y no es que criticar esté mal, sino que una crítica sin entender a los actores y el entorno de las decisiones es una crítica sin fundamento. Parece que muchos de los que se ostentan como científicos sociales han olvidado a Max Weber, para quien la sociología tenía que analizar la acción como “una conducta humana (bien consista en un hacer externo o interno, ya en un omitir o permitir) siempre que el sujeto o los sujetos de la acción enlacen a ella un sentido subjetivo”.
No analizan la acción y las motivaciones e intenciones que les subyacen, analizan política pública como si esta flotara en el aire, como si los artículos científicos de los que se alimentan pudieran “implementarse” (así de feo dicen ellos) sin entrar en contacto con la avaricia, con la estructura fiscal realmente existente de México, con las capacidades actuales del Estado, es decir, como si la política no existiera ni siquiera en las pobres formas en que la entienden las teorías de la elección racional. ¿Qué tan mal estarán las cosas entre los críticos del Presidente para que quien haya hecho el intento más elaborado de interpretación sea Pablo Hiriart, quien piensa que hay un plan para agudizar las contradicciones entre clases y pasar a un escenario revolucionario? Incluso algunos de nuestros intelectuales más destacados han soltado un alarido en medio del páramo, psicologizando las decisiones y estrategias. Si antes la prensa fue el espacio para hacer la semiótica del presidente, hoy parece que carece de importancia comprender qué factores intervienen en sus decisiones. https://www.milenio.com/opinion/gibran-ramirez-reyes/pensandolo-mejor/el-paramo-y-el-alarido