En el páramo no hay solo luces de artificio historiográfico y literario. Con más seriedad que las fórmulas de dictadura perfecta y democracia sin adjetivos, se instituyó su ciencia. No es sociología, ni siquiera ciencia política. Es una mucho más limitada, cuya principal característica es que ignora la circunstancia, que el contexto le parece siempre accidental, aunque sistemáticamente produzca resultados adversos a los fines de las instituciones. Es la ciencia de la transición a la democracia.
El mejor ejemplo de estos días es el de Ciro Murayama, a quien el Presidente de la República ha recordado por firmar un desplegado en la elección de 2006 respaldando el fraude, ante lo que Murayama aseveró “nunca he defendido un atropello al voto”. En efecto, el desplegado no dice literalmente que se respalda a Felipe Calderón ni pide a Andrés Manuel López Obrador dejar de protestar para que se realice un nuevo conteo. Nada de eso está en el texto —aunque solo un estudiante principiante o un científico del páramo se quedaría en la letra—. Dice ese desplegado “no encontramos evidencias firmes que permitan sostener la existencia de un fraude maquinado en contra o a favor de alguno de los candidatos. En una elección que cuentan los ciudadanos puede haber errores, pero no fraude”. O sea que las evidencias les parecían blandas —no es que no las hubiera—, que no permitían sostener un fraude maquinado —quizá una alteración aleatoria de la voluntad popular, sí—, y, de paso, que quienes contaban votos en el pasado, cuando había fraude no eran ciudadanos (quién sabe qué serían). El desplegado se publicó antes de que el Tribunal resolviera y a los firmantes les apetece dejar claro que “una vez que el Tribunal ha resuelto, se han terminado todos los conflictos” y que “no queda sino respetar la resolución del Tribunal”. Los firmantes representaban buena parte de la opinión publicada, del poder en medios y academia. Su apoyo era fundamental para fallar contra el recuento o la anulación de la elección, no para hacerlo a favor, como pedía el movimiento en las calles. Pero no importa el contexto, sino el texto, y en el texto, los consejeros no son ni han sido parte de un grupo político burocrático, sino imparciales cuentavotos, científicos sociales impolutos.
La verdad es que esa pose de consejeros imparciales ya no la cree nadie. Murayama es un abierto opositor. Por “triquiñuelas”, dice, Morena ha logrado la mayoría parlamentaria. “Triquiñuelas” es como considera a la realización de acuerdos legales y la asignación de diputados por representación proporcional. Y puede entenderlo así solamente después de eliminar al pueblo del concepto de democracia que defiende. En su mundo sin contexto, hay dos bandos: uno, el de Morena (minoría más grande), y, otro, el de “la oposición”, según él mayoritaria. No entiende, o hace como que no entiende, que el lugar de la soberanía popular se asigna a quien tiene más votos, no al conjunto dispar que a un consejero electoral se le antoje. Ahora reclaman “verdadera representación” y piden legislar contra la mayoría. Añoran los tiempos de la fragmentación popular y la unidad cupular, los del Pacto por México.