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Desde el aferre al páramo

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El lunes pasado dije aquí que “democracia sin adjetivos” (igual que “dictadura perfecta”) era una fórmula de bajo nivel intelectual que obnubilaba el entendimiento, tanto del punto de partida como del punto de llegada del proceso de cambio político en México —o algo así. Este domingo, Enrique Krauze publica una airada defensa de su noción, llena de palabras grandotas como totalitarismo y libertad. Desde luego, EK no se rebaja a discutir con un vocero oficial plebeyo (¿qué liberal decente se iría a los madrazos con la chusma?), sino que prefiere —en un texto de una pobreza desoladora en el que termina por hablar de la mantequilla en Alemania— zarandear a un hombre de paja que dice que la auténtica democracia surgió el primero de julio de 2018. Sería bueno que citara con nombre y apellido, para que cada quien se haga cargo de sus palabras.

Democracia, aun democracia sin adjetivos, aun la democracia esquelética de los liberales, es un régimen político en que 1) ciudadanos investidos de libertades sin distinción de sexo, raza, religión, condición económica, 2) eligen, periódicamente y mediante el sufragio universal a sus representantes y 3) toman decisiones con base en el principio de mayoría, 4) respetando los derechos de las minorías. Este régimen, asimismo, tendría que cumplir con características tales como 5) gobierno representativo (que la mayoría de quienes toman las decisiones se haya designado por elecciones); 6) elecciones libres, imparciales, y frecuentes; 7) libertad de expresión, acceso a fuentes alternativas de información, 8) autonomía de asociaciones y ciudadanía inclusiva (virtualmente de toda la población adulta).

Nadie negaría que antes de 1977 México era un autoritarismo. A la luz de los números nadie negaría que también lo fue después. Pasamos de un sistema de partido hegemónico autoritario a un pluripartidismo autoritario también. Así fue y lo puede ver el que quiera (a menos, claro, que se trate de intelectuales beneficiarios de la publicidad oficial plural, de caciques culturales, que no caudillos, porque esos tenían su nivel).

¿Cuál es la medida de la libertad de expresión? Si son los periodistas asesinados o el número de presos políticos, hemos sido en estos años iguales o peores que en el autoritarismo previo. Entre 1970 y 1990 hubo 58 periodistas asesinados; de 2000 a la fecha, 131. ¿Cuál es el estado del principio de mayoría? Lo sustituimos por pactos cupulares entre tres partidos que alcanzaron su esplendor en el Pacto por México. Más aún, ¿dónde se tomaban las decisiones relevantes sobre puertos, aeropuertos y proyectos extractivos que han transformado nuestro territorio del todo? En el extranjero y en empresas, en buena medida.

De las elecciones libres, imparciales y frecuentes, hemos tenido solamente lo frecuentes, y el mejor razonamiento para mostrarlo es el del propio tribunal electoral en 2006. “Fuentes alternativas de información” ha significado muchos medios, aunque opinen lo mismo. Todo es constatable. Los idólatras de la transición no pasan la prueba de su propio sustantivo. Están enamorados de su reflejo. Nada más.