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Los libros, el compadre y el interés público

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El espectáculo opositor se hizo porque un compadre del presidente había ganado una licitación. Y es cierto: no se ve bien. No se ve bien que el presidente tenga compadres en el gran empresariado, por muy nacional y decente que sea (si es que lo es).

El escándalo se hizo alrededor de eso, porque resulta atractivo, útil para transportarnos al compadrazgo del priato y para igualar al presidente con la clase política que detesta y a la que derrotó. Pero eso no era lo sustantivo. Ni siquiera se trataba de una crítica acertada, porque en ella el interés público brilló por su ausencia. Lo sustantivo era que la impresión de los libros de texto lleva un retraso enorme (6 meses) y que al iniciar el ciclo escolar los estudiantes de primaria tendrán solamente los libros correspondientes a Español y Matemáticas, si bien les va. Salvo una proeza logística, es ya casi imposible para las capacidades del país, imprimir y entregar a tiempo 130 millones de ejemplares en todas nuestras escuelas públicas.

Los problemas fueron de distintos tipos. El primero de ellos es que se convocó tarde a la licitación, por el cambio de gobierno y porque en el nuevo esquema todo tiene que pasar por Hacienda para evitar robos al erario. El segundo y el fundamental es que sus términos fueron decididos en la Secretaría de Hacienda, que tenía que renegociarlos con los sectores interesados, como la SEP y la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, y que tanto Hacienda cuanto la Presidencia de la República presionaron y dijeron que se declararía desierta la licitación si los proveedores de papel no bajaban más sus precios. Después de las presiones, el gobierno logró que una de las empresas hiciera una oferta inferior al resto y el asunto se destrabó por fin.

Esa empresa fue Bio Pappel, de Miguel Rincón, quien era, desde antes de ser compadre del presidente, uno de los empresarios predominantes de la industria, y que ganó entre 2010 y 2018, según Reforma mismo, casi 450 procesos de licitación, además de varias adjudicaciones directas. Todo esto pudo decirlo el presidente en algunas láminas en su conferencia mañanera, y pudo decir también que cancelar la licitación implicaría dejar más niños sin libros durante más tiempo, y quizá añadir que, si alguna empresa ofertaba algo mejor, más barato y más rápido, habría manera de reponer el procedimiento. Prefirió, sin embargo, dejar sin dudas a la gente, cuidar su autoridad moral y su imagen, aunque esto implicara atrasar todavía más la solución al problema real. En los hechos, compró la agenda de Reforma y afines, que mezcló información con editorialización, que hizo política con encabezados. No ganó Reforma, que se quedó sin materia para su escándalo, pero sí perdió el interés público y el grave problema del atraso se hizo todavía peor.

Este no fue un problema de vidas o muertes. Habría sido diferente, estruendoso, si se hubiera tratado de un retraso en la compra de medicinas, por poner un ejemplo. La concentración de las compras en Hacienda es útil para evitar la corrupción, es cierto. Pero a veces, como en este caso, es asfixia para procesos urgentes, una estrategia que debería repensarse, reestructurarse.

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